domingo, 31 de enero de 2016

"Reciclaje". Cómo comer sin gastar un mango


Según Wikipedia, "reciclaje" etimológicamente es un proceso cuyo objetivo es convertir desechos en nuevos productos o en materia para su posterior utilización. Gracias al reciclaje se previene el desuso de materiales potencialmente útiles, se reduce el consumo de nueva materia prima, además de reducir el uso de energía, la contaminación del aire bla bla bla. Según los hippies con los que tuve el placer de compartir morada, reciclaje es otra cosa. Es parte del lunfardo de rúa y está directamente ligado con el arte de pedir comida, principalmente en restaurantes y supermercados.

El mecanismo es el siguiente: Entrar a un lugar y pedir las frutas y verduras que están abolladitas o con peligro de estragarse en unas horas. Los comerciantes tienen en claro que no van a poder venderlas y si no las regalan tienen que tirarlas. Es muy común, por lo tanto la mayoría de los lugares ya tienen horarios establecidos para que los recicladores vayan sin interrumpir la jornada laboral. Muchos de los pibes ya eran expertos y conseguían cantidades industriales de alimento. Pero las chicas, las chicas eran la posta, siempre pegaban cajas y bolsas llenas. Otros ya sabían de memoria los horarios de cierre de varias casas de comida, así que era habitual estar en la plaza principal de Jericoacoara, por ejemplo, y que caiga alguno con platos descartables con pastas o pizza. Para mi cumpleaños, gracias a este método, yo pude disfrutar de un rico sushi que mi hermano y Georgina pidieron para mí.

Pero la finalidad del reciclaje, más allá de representar un fuerte ahorro económico, para mí fue otra. Una reflexión interna y más profunda que cualquier otra. Para mí representó la caída de otro paradigma más y una nueva cosmovisión de vida. 

sábado, 23 de enero de 2016

Carlos. El Maluco "desgraciado"

Quiero comenzar aclarando que cuando escribo "desgraciado" no lo hago a modo de insulto, más allá de ser consciente de que representa un adjetivo calificativo con denotación negativa. "El desgraciado" es un apodo y no fuí yo quien lo escogió, si no que fue el mismo Carlos quien decidió apodarse de esa manera. Por lo menos eso dejó en claro cuando se presentó, autoproclamándose a los gritos así, la mañana que cruzó el portón principal del redario Iguana en Alter do Chao, dónde yo estaba viviendo. Ese día sentí primero el ruido del llamador de ángeles -que se encontraba en la puerta simulando una especie de timbre, algo bastante jipi- y, posteriormente, una voz vencida por la fatiga que buscaba sonar fuerte.

"Hola hola hola! Llegó el desgraciado! Buenos días desgraciados, hola hola hola"

El desgraciado es un tipo de alrededor de, más o menos, unos 70 años. Pero la realidad es que su edad es para mí incierta; Solo me guio por los parámetros que me transmitieron sus rasgos, algunas arrugas superficiales del rostro y su estructura física. Colombiano. Muy delgado, alto, de cabello entrecano -más "cano" que "entre"- a la altura de los hombros, de naríz prominente y piel morena -como Thalía en Marimar- Su forma de vestir es única, característica y personal. Pero a pesar de llevar muchas cosas encima, su outfit de prendas grandes, camisas holgadas y pantalones pinzados, nunca estaría completo sin el broche de oro: Aquel sombrero de medio vuelo desgastado por el tiempo y el uso, con plumas y algunos pins de viajero en los laterales. 

martes, 19 de enero de 2016

Mi laburo amazónico y lembrança de papá Ricardo


El día domingo 29 de noviembre de 2015 fue mi primer día de trabajo a prueba en la cocina de Mãe Natureza, un restaurante céntrico de Alter do Chão. Empecé a las 17.00 hs en punto y terminé, recontra hecha culo, alrededor de la 1.30 am del lunes.

En líneas generales el laburo era fácil, por lo menos para mí que trabajo en gastronomía. Las únicas cagadas fueron: Primero el excesivo calor de una cocina bastante pequeña que alojaba un conglomerado humano de hasta cinco personas en días de mucho movimiento, aunque mayoritariamente siempre éramos tres; Y segundo, que no me pagaron el día y que no tenía la certeza de cuando me iban a dar el dinero -que fue la motivación principal por la cual comencé el trabajo en relación de dependencia- que tanto necesitaba, o si me lo iban a dar en el caso de que no quedase como empleada fija. Otro punto significativo eran los espacios en blanco, esos períodos sin actividad que parecían detener el tiempo por horas haciendo de la jornada una incitación al suicidio, algo tedioso e interminable. Pero sacando estos tres puntos el resto fue genial. Pasados dos días me tomaron de forma efectiva y me dieron el uniforme, que constaba básicamente en una bandana, un delantal y una remera con el logo del lugar. Outfit que le dejé en mano a Anita, la mujer de Claudio, el día que renuncié para irme.

Mis compañeros de laburo. Una galera mundial y globalizada.
Los dueños del lugar, Jorge y Claudio, son argentinos y mi jefe directo, Ernesto, es de Uruguay -pero vivió la mayor parte de su vida viajando y en Europa. Los tres son un grupo de amigos cincuentones con toda, pero toda, la onda. Me hicieron sentir súper cómoda, al igual que el resto de la galera gastronómica formada principalmente por Anita, Martín, Alex, Thainara, Felix y Raulinho. Sumándose después Georgina y Trini, parte de la galera de Jericoacoara y Sao Luis, y posteriormente el matrimonio de paolistas Aline y Rodri.

Tincho es un cordobés crack de 34 años, mochilero de hace años, con la mejor de las ondas para hablar de prácticamente lo que sea. Él me dio los tips del proceso laboral. Al terminar la jornada de laburo me tiró data súper trascendente para seguir viajando de manera ahorrativa y segura, de puntos de hospedaje para hacer couchsurfing, de contactos suyos que podía encontrar en varias partes de Brasil si así lo necesitara y algunos sitios webs de interés que podían pasar a ser, para mí, la biblia del viajero. También compartió conmigo algunas de sus tantas experiencias y jamás dejó de sonreír. La única cagada fue que al otro día se iba para Colombia y su espacio en la cocina era el que pasaría a ocupar la persona que quedara efectiva después del período de prueba. Thainara es una brasilera genia de 20 años, nativa del estado de Pará que vive mismo en Alter do Chão y maneja la barra del lugar de taquito. Al principio no nos entendíamos bien con el idioma pero después resultamos buenas compañeras de trabajo y posteriormente compinches. Thainara me llamaba por el apellido, el problema es que en lugar de Bosi, me decía "Basi" porque no le salía mi verdadero nombre. Cada vez que llegaba una comanda de tragos, licuados, jugos o postres; ella hacía de más y me chistaba "psss Basi" mientras me tocaba la espalda dejándome una de sus exquisiteces en la mesada -al lado de la tabla que yo usaba para cortar vegetales- para que las probara. Con el paso de los días ella ya sabía muy bien cuales eran los batidos que más me gustaban, así que me consentía con eso. Felix es venezolano, amigo de afuera del trabajo, también de la galera. Cuando yo llegué él había pegado laburo ahí hacía unos días nada más. Así que básicamente aprendimos el trabajo juntos. Es artesano y artista. Para ganar unos mangos extra vende pulseras y hace estátua viviente en las plazas. Con él escalamos el Morro da Piroca, nos acompañó en la subida. Lo bueno de tener a alguien conocido de antemano, como en este caso, es que una no se siente tan "nueva" al momento de ingresar a un grupo armado. 
Después estaban: Alex, también de Venezuela, básicamente iba cuando tenía ganas, a la hora que tenía ganas. Era muy copado pero bastante irresponsable dadas las circunstancias contextuales que estaba viviendo (problemas en la salud de su suegra). No duró mucho más desde que yo entré porque lo echaron. Aline, Raulinho, Georgina, Anita y Trinidad laburaban en el salón, afuera, como camareros.

Humildad y simpleza. Un cacho de cultura hippie style


Haber convivido durante tantos meses en espacios policulturales con gente de rúa te abre el espectro de una forma abismal. Y no hablo solamente de la diversidad de idiomas, formas de vida, oficios y artes varias, no. Hablo de algo más amplio: De vivencias, elecciones, aprovechamiento de oportunidades y modos de encarar situaciones extremas de una manera diametralmente opuesta a la que venía acostumbrada. De nuevas soluciones -a conflictos vivenciales básicos- de las que mi cabeza, antes de viajar, no disponía como items de selección instantánea en su catálogo estructurado y citadino de clase media promedio.

El plan de viaje que me propuse no fue el típico descanso vacacional con el que estaba familiarizada. No tenía organizado el itinerario fijo a seguir ni sabía a ciencia cierta el tiempo que iba a pasar fuera de casa. No sabía tampoco con exactitud a dónde iba a dormir, què iba a comer, que sitios turísticos iba a visitar para sacar fotos instagrameras y claramente no disponía de alguna pulserita de all inclusive en la muñeca. De hecho fui con las monedas contadas y una tarjeta de débito que, en algunos lugares silvestres, digamos -sutilmente- que la única forma que tenía de pasarla en algún lado de un extremo de la línea a otra, era usando mi culo como un posnet. Así que al poco tiempo de haber pisado Brasil, el contexto me hizo darme cuenta de manera abrupta que ya no era la porteña con la vida casi resuelta que se fue de Buenos Aires. Que ahora si se me ocurría no moverme para comer corría el riesgo de cagarme de hambre. Que si no generaba de alguna forma ingesos o tácticas para conseguir recursos, me quedaba en la lona y que en los viajes de mochila nunca estas solo.. Estás conviviendo a diario con muchas personas, siendo la mayoría de recambio permanente y que cada acción tiene una reacción. Así que tenía que empezar a plantearme terminar también con la carita de culo matinal, los malos humores, la forma individualista natural que la mayoría de los seres humanos tenemos de pensar y de todos aquellos caprichitos cuasi burgueses a los que estaba acostumbrada, naturalizándolos inconscientemente como necesidades básicas. Chau perfumito importado, chau marca de puchos específica y excluyente, chau comidita de calorías contadas, chau sommier, chau bañito privado, chau compra compulsiva de boludeces de mina, todo era chau chau chau. Chau esto y chau lo otro. ¿Tenía otra opción? Por supuesto que la tenía, pero la idea era aprender a vivir de otra manera. Ver como se sentía dejar las cosas supérfluas al margen y ponerme a prueba a mí misma. Conocer mis límites, mi perseverancia y mi coraje moviéndome en terrenos incómodos. Ver hasta dónde realmente era capaz de llegar y que era capaz de conseguir sin depender -principalmente- del dinero o de una imagen femenina impecable y pulida. Lograr una apertura, tal, que me permitiera mirar a los demás por lo que eran más allá de su imagen. Dejar de construír prejuicios infundados -basados meramente en mi adoctrinamiento social- y prestando más atención a cosas imperceptibles sabiendo fehacientemente que de cada una de las personas que me rodeaba podía ganar un gran maestro y, posteriormente, un amigo. Lo más gracioso de todo fue que comencé con la convicción de que estaba construyendo un nuevo paradigma con respecto al afuera, orientada al acercamiento con los demás, sin darme cuenta que lo que realmente estaba logrando era un acercamiento a la persona que menos conocía de todas: A mí.

lunes, 18 de enero de 2016

Primera carona. De Santarém a ¿Cuiabá? Failed



La carona salió el día 6 de enero de 2015 a alrededor de las 10 am. Èramos seis personas adentro de la cabina del camión: Maurillo, el motorista; Rodrigo y Aline, la pareja de paolistas; Eduardo, el pibe que controlaba que todo llegue a destino con una papeleta; Mi hermano y yo. Nos ubicamos estratégicamente como piezas de tetris para que nadie se quede abajo y todos podamos llegar sanos y salvos a destino: Cuiabá (en principio). En el asiento del co-piloto estaba Eduardo, un brasilero nativo de Santarém de 17 años -pero parecía de 26- entre Eduardo y la palanca de cambios, en el piso de la parte delantera estaba Juan Manuel. En el asiento de atrás, la cama de Maurillo, estábamos Aline, Rodrigo y yo. En mi lado había un televisor pequeño apagado que se me caía encima todo el tiempo de forma insistente, al igual que un bloque macizo de telgopor cuya existencia no tenía sentido alguno y su funcionalidad todavía no logro comprender.
Este es Maurillo y ese es el camión en el que viajábamos los 6
A las cuatro horas de viaje se me durmió el culo. Una hora más tarde sentía mitad dolor, mitad cosquilleo en la parte izquierda del cuerpo. La parte derecha, el soporte humano de la tele y el telgopor, directamente ya no la sentía. A las seis horas de viaje mi hermano me dio su lugar en el vehículo, quedándose así con la peor ubicación de todas: La mía.

domingo, 17 de enero de 2016

O Posto Dado. El inicio del regreso a casa.

A gente no posto

El 4 de enero de 2016 comenzó el retorno a casa. Con mi hermano salimos de Alter do Chão en un bondi de línea que nos dejó en la ciudad de Santarém, en el estado de Pará. La idea principal era pegar una carona que nos fuera acercando a la Argentina. No nos quedaba otra opción más que viajar a dedo, puesto que no disponiamos del dinero necesario para cruzar todo Brasil de forma cómoda y bacana. Llegamos a un posto de gas citadino donde pedimos una ubicación mejor de algún otro Ipiranga en el que los camioneros se preparen para salir a la ruta. La respuesta al interrogante ¿Cuál es el mejor lugar para conseguir un aventón hacia el sur de Brasil? fue conciso: O Posto Dado, en las afueras de la ciudad. Allí paraban los vehículos que terminaban de cargar mercadería para comenzar viaje. Solo quedaba tomar las mochilas y dirigirnos hacia allá con las monedas contadas y una tarjeta de débito que tenía muy pocas posibilidades de ser aceptada en los alrededores de Amazonia. Un tipo se apiadó de nosotros y, después de preguntarle a Juan Manuel a manera de chiste si llevaba alguna bomba escondida en su equipaje -por los rasgos árabes tan característicos de mi hermano- nos subió a la cabina de su camión proponiéndonos la bellísima idea de tirarnos en la estación de servicio recomendada para que no tengamos que caminar tantos kilómetros llenos de peso bajo un calor insoportable. Si bien me alegré, mi felicidad no pudo manifestarse más que en un "muito obrigada", puesto que hacía diez minutos atrás nos habíamos despedido de nuestra galera, pero principalmente de Siske. Mi amiga, hermana, "concubina" y compañera de aventuras del último semestre; Tiempo en el cual permanecimos juntas cada día, las 24 horas del mismo -a excepción de solo tres semanas en las que ella partió con mi hermano a subir y bajar el Monte Roraima en Venezuela, retornando para pasar las fiestas los tres juntos. Estaba muy triste y aún no aceptaba la idea de continuar camino separadas. El conductor nos hablába eufórico y yo solo podía escuchar su discurso de fondo, como en cámara lenta, sin prestar atención a lo que nos estaba planteando, ya que estaba demasiado ocupada en aguantar las ganas de llorar como una nena mientras limpiaba las lágrimas que iban cayendo por mi mejilla debajo de mis anteojos de sol. Miles de recuerdos me venían en flashes, como pequeños videos de YouTube de esos que las personas arman con músicas, fotos y pequeños momentos compartidos, para otras personas. No tenía tiempo para asimilar mi duelo en ese momento, la energía debía ser enfocada de lleno en el objetivo principal: Convencer a un camionero que nos suba a su vehículo y nos haga avanzar la mayor cantidad de kilómetros posibles hacía el sur. Pero cuando la despedida es tan trascendente, como en este caso, no había forma de callar mis sentidos que, impertinentes, actuaban por sí solos sin permitirle a mi cabeza que los maneje a gusto y piacere.

Así fue que llegamos al que, quizás, representó el más bizarro de los lugares de paraje en todo mi viaje: El posto Dado. Una estación de servicio Ipiranga cuasi abandonada y hecha recontra culo. El piso polvoso, mezcla arena muy fina con tierra roja, que se removía de manera constante ensuciando todo lo que estuviera cerca. Disponía de un terreno gigante casi desértico que se expandía a lo largo y ancho de la ruta con camiones viejos y un taller mecánico, cosas oxidadas o corroídas por el paso del tiempo, un baño donde vivía una gente que cobraba un real para hacer pis, dos reales para hacer otras cosas y un monto un poco más costoso para tomar un baño; También disponía de un restaurante chico en la entrada de la ruta que siempre estaba vacío -ya que abría a horarios inentendibles solo por algunas horas del día- y un grupo de moradores cachaçeros vagabundos un poco -bastante- locos que se habían instalado allí de forma perpetua haciendo de ese, su hogar.

sábado, 16 de enero de 2016

Segunda Carona. De Jamanxim a Santa Helena.


Después de la "carona explosiva" que nos sacó de la zona de conflicto en la Transamazónica, caímos en un pueblo llamado Jamanxim, sobre la ruta. En el medio del barro, abajo de la llovizna intermitente había un vagabundo nativo, un doidinho limado que llevaba dos palos -como los de Donatello, la tortuga ninja- uno por cada mano. Con ellos amenazaba con batir al que se le cruzaba por delante. El tipo le gritaba a toda persona, automóvil, camión, animal u objeto contundente que pasara cerca de él. Como siempre, perro que ladra no muerde. Solo escuchamos un par de amenazas y nos estallamos un rato. Entramos a un restaurante enorme y vacío que cobraba carísimo, pero era el único que había y teníamos mucha hambre. Almorzamos alrededor de las 16.00 hs y estábamos dispuestos a darnos un baño allí mismo -cobraban R$4.00 por el servicio- o en el puesto de gasolina de la esquina. El problema principal fue que se cortó el agua en toda la zona justo en el momento en que nosotros la pisamos y esa situación llevó directamente al problema secundario: Cómo carajo íbamos a lograr que alguien nos levante llenos de barro, transpiración e impresentables como estábamos. No nos quedaba más opción que ponernos a hacer dedo en el medio del fango y, nuevamente, esperar que la magia suceda. Así fue que Juan Manuel paró un camión que, convenientemente, iba hacía Cuiabá, al sur de Mato Grosso. El hombre nos miró y, mientras se quería matar por haber detenido su vehículo, nosotros le quemábamos la cabeza para que nos lleve con él. La realidad es que no estaba muy convencido al principio pero nos subió igual. Yo me acomodé en el asiento trasero, acolchonado y enorme. Mi hermano se quedó como co-piloto y arrancó una charla. Nos presentamos y le pedimos disculpas por las condiciones vergonzosas en las que nos encontrábamos, le explicamos el problema que habíamos tenido en la ruta y de la travesía 4x4 que habíamos vivido hacía unos instantes. Vanderlei - Así es su nombre- sonrió "Ah! eran ustedes los del camión de gas??" y se rió con fuerza. "Yo los ví, estaba varado al principio de la fila cuando pasaron!" A partir de ese momento su apertura fue notoria. Otra vez la casualidad nos benefició y ganamos un nuevo amigo.

viernes, 15 de enero de 2016

Tercera carona: De Mato Grosso a Río de Janeiro


Hooked on a feeling de Blue Swede sonaba incesante y repetitivamente de fondo, a través del pequeño televisor -incrustado en la cabina del camión- reproduciendo el menú de “Guardianes de la Galaxia” una y otra vez, una y otra vez, musicalizando de manera armoniosa un trayecto donde abundaban, principalmente, palmeras y un compendio de matos verdes mullidos e impertinentes invadiendo ambos laterales de una ruta asombrosa, casi de película, que se nos presentaba en altos y bajos, ascensos y descensos constantes. El sol salía de tanto en tanto dándole luz a un día lluvioso y mayoritariamente grisáceo que amenazaba, a través de tormentas intermitentes, con demorar la llegada a casa.

miércoles, 6 de enero de 2016

Carona explosiva. Carga de garrafas de gas e irmãos Bosi

Un camión transportista de aceite de soja brasilera nos iba a llevar de carona unos buenos kilómetros - desde el estado de Pará hasta más o menos la mitad de Mato Grosso del norte- La lluvia torrencial hizo que la ruta transamasónica (no pavimentada) se embarrara, interrumpiendo el paso de cualquier vehículo, a excepción claro de las Toyota Hilux que pasaban por el fango como nada, o de algunas camionetas 4x4 viejas que se la banquen. Teníamos 50 camiones varados adelante nuestro e incontables camiones atrás. Todos esperando que un tractor los ayudara a cruzar remolcándolos con una soga. Eran aprox. 40 minutos por vehículo. Estaba jodido, si no volvía a llover el plan era quedarnos ahí, parados, durante 2 días. Si volvía la lluvia se haría una semana de inactividad mínimo.


viernes, 11 de diciembre de 2015

Morro da Piroca. Mi hermano como apoyo incondicional

My brother <3
A diferencia mía, mi hermano y Siske gustan mucho de caminar, trepar, colgarse de las piedras, acariciar tarántulas, etc etc. Yo, muy por el contrario, soy una especie de ameba contemplativa -amo la naturaleza y todo lo que ella propone pero más que nada para observarlo, escribir y relajarme. Y no tanto la parte de experimentarla todo el tiempo a través de la practicidad como hacen ellos, digamos- Eso puede traducirse en una sola cosa: Sacarme a mí a hacer una caminata extensa por la selva es una tarea extremadamente difícil, imposible diría. Para lograr que yo haga algo así tienen que recurrir a la mentira u omisión, al mágico recurso de trocar distancias o no serme del todo claros con el objetivo planteado. Con la trilha del Morro da Piroca, en Alter do Chao, pasó eso. Ellos decidieron llevarme a hacerla, me plantearon una pequeña caminata por la playa para ver la puesta del sol, no me dejaron pensar siquiera y me arrastraron. Cuando quise darme cuenta de lo que estaba pasando, yo ya estaba atrás de ellos moviendo los pies en el agua como una pelotuda, cruzando el río haciendo quilombo para que no me pique una raya asesina de las que hay acá. 

Ilusa yo, iba caminando por las playas de arena blanca con la cámara en mano, alucinada con los paisajes, las personas, las construcciones y fotografiando absolutamente todo lo que mis ojos podían capturar. Siempre atrás, siempre. Ya que tiendo a ser más lenta que el resto y me cuelgo con cada forrada que pasa a mi alrededor cual chino turista.

Prueba contundente de lo mencionado anteriormente