Haber convivido durante tantos meses en espacios policulturales con gente de rúa te abre el espectro de una forma abismal. Y no hablo solamente de la diversidad de idiomas, formas de vida, oficios y artes varias, no. Hablo de algo más amplio: De vivencias, elecciones, aprovechamiento de oportunidades y modos de encarar situaciones extremas de una manera diametralmente opuesta a la que venía acostumbrada. De nuevas soluciones -a conflictos vivenciales básicos- de las que mi cabeza, antes de viajar, no disponía como items de selección instantánea en su catálogo estructurado y citadino de clase media promedio.
El plan de viaje que me propuse no fue el típico descanso vacacional con el que estaba familiarizada. No tenía organizado el itinerario fijo a seguir ni sabía a ciencia cierta el tiempo que iba a pasar fuera de casa. No sabía tampoco con exactitud a dónde iba a dormir, què iba a comer, que sitios turísticos iba a visitar para sacar fotos instagrameras y claramente no disponía de alguna pulserita de all inclusive en la muñeca. De hecho fui con las monedas contadas y una tarjeta de débito que, en algunos lugares silvestres, digamos -sutilmente- que la única forma que tenía de pasarla en algún lado de un extremo de la línea a otra, era usando mi culo como un posnet. Así que al poco tiempo de haber pisado Brasil, el contexto me hizo darme cuenta de manera abrupta que ya no era la porteña con la vida casi resuelta que se fue de Buenos Aires. Que ahora si se me ocurría no moverme para comer corría el riesgo de cagarme de hambre. Que si no generaba de alguna forma ingesos o tácticas para conseguir recursos, me quedaba en la lona y que en los viajes de mochila nunca estas solo.. Estás conviviendo a diario con muchas personas, siendo la mayoría de recambio permanente y que cada acción tiene una reacción. Así que tenía que empezar a plantearme terminar también con la carita de culo matinal, los malos humores, la forma individualista natural que la mayoría de los seres humanos tenemos de pensar y de todos aquellos caprichitos cuasi burgueses a los que estaba acostumbrada, naturalizándolos inconscientemente como necesidades básicas. Chau perfumito importado, chau marca de puchos específica y excluyente, chau comidita de calorías contadas, chau sommier, chau bañito privado, chau compra compulsiva de boludeces de mina, todo era chau chau chau. Chau esto y chau lo otro. ¿Tenía otra opción? Por supuesto que la tenía, pero la idea era aprender a vivir de otra manera. Ver como se sentía dejar las cosas supérfluas al margen y ponerme a prueba a mí misma. Conocer mis límites, mi perseverancia y mi coraje moviéndome en terrenos incómodos. Ver hasta dónde realmente era capaz de llegar y que era capaz de conseguir sin depender -principalmente- del dinero o de una imagen femenina impecable y pulida. Lograr una apertura, tal, que me permitiera mirar a los demás por lo que eran más allá de su imagen. Dejar de construír prejuicios infundados -basados meramente en mi adoctrinamiento social- y prestando más atención a cosas imperceptibles sabiendo fehacientemente que de cada una de las personas que me rodeaba podía ganar un gran maestro y, posteriormente, un amigo. Lo más gracioso de todo fue que comencé con la convicción de que estaba construyendo un nuevo paradigma con respecto al afuera, orientada al acercamiento con los demás, sin darme cuenta que lo que realmente estaba logrando era un acercamiento a la persona que menos conocía de todas: A mí.
"Dime con quien andas y te diré quien eres". Esa parece ser *la frase* por excelencia y al principio parece mala, ruín, pesada y juzgona. Pero más allá de que suene fuerte y superficial, no hay una verdad más cierta, quizás, que esa. El planteo principal que me hice al principio, cuando me molestaba caer dentro de un conjunto de personas encerradas en las cuatro paredes de esa frase fue "¿Estoy bien siendo como soy?" y de ser así "¿Por què me molesta entonces que me encasillen en este lugar? ¿Por costumbre a que todo em moleste? ¿Por ser una punkrock con necesidad de rebeldía?" "Si en realidad empecé a elegir rodearme con personas que se acercan a mí por como soy y no por lo que muestro". Creo que la respuesta psíquica que presentamos hacia esa señalización externa nos da feedback inmediato, una pauta de como van las elecciones propias en tu vida. Es más que importante entonces prestar mucha atención cuando eso pasa. Acá empecé a hablar conmigo misma y a quemarme la cabeza, mi monólogo fue algo más o menos así: Si odias que te comparen con las personas con las que te rodeas, evidentemente no estas eligiendo bien a esas personas -ahí estaría bueno fijarte el por què las estas eligiendo- Ser como con quien ando debería ser un orgullo para mí.
Después comprendí que la sensibilidad que yo presentaba al estereotipo, simplemente era algo relacionado con el duelo; con eso de sacarme la armadura. Mi concepto de sacarte la armadura es, basicamente, dinamitar todo aquello que alguna vez construíste para entrar en parámetros establecidos por alguien o algo en determinado momento de tu vida. Posteriormente pensas que sos eso, pero la realidad es que no lo sos. Sos más. Vos vas mutando con el paso de los años, no podes ser siempre igual ni pensar siempre lo mismo. No es normal ni sano. Mantenerte igual a lo largo del tiempo habla de un estancamiento y una inactividad terrible con respecto a tu vida y todo lo que la rodea, tus valores, tus contactos y tus actividades. Así que no hay necesidad alguna de tener miedo a la hora de transformar algo que no te esta sirviendo. Siempre hay una cosa mejor. El único parámetro que tenés para darte cuenta si vas bien, o no, es tu alegría. Si la sentís vas joya, si no... Lamento decirte que estas al horno.
Digo esto porque me sorprendió darme cuenta que cuando: Más cansada y hecha culo estaba, cuando no tenía una gota de maquillaje protocolar en mi cara, cuando no había pasado horas frente al espejo cagándome de calor arreglándome el pelo, cuando me vestía semanas con la misma ropa cómoda y poco elegante, cuando iba de lado a lado cargando una mochila de poco glamour que pesaba más de 15 kilos, cuando conseguia más barato o gratis un plato de comida, cuando tenía que tomarme mi tiempo para hablar y esperar unos segundos antes de arrancar una conversación con alguien en otro idioma consiguiéndo al final comunicarme, cuando pegaba algo que beneficiara también a todo el grupo y cuando no estaba pendiente del "que dirán si..." (entre otras miles de cositas más) era cuando más contenta estaba. Básicamente porque estaba haciendo lo que tenía ganas de hacer, sin importarme nada más que eso. Estaba siendo libre y, como consecuencia, feliz. A veces la alegría te la dan cosas que ni vos sabías que podían dártela. En mi caso: La humilidad y la simpleza.
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