sábado, 31 de octubre de 2015

Tudo o que você precisa é amor / All you need is love

Mi segundo día de viaje conocí a Alberto. Un pendejo de Minas Gerais. Brasilero, una década menor que yo. Su aparente libertad me cautivó. Su melena color chocolate desgastada hacia el largo de las puntas rozaba revoltosa sobre sus hombros. De torso fibroso y clavículas marcadas, esbelto, feliz, sonriente y alegre, pero por sobre todo libre. Dueño de una sonrisa gigante y luminosa que alumbraba primero su rostro y luego todo a su alrededor. De mirada profunda y penetrante, tanto que lograba desnudarte -sin la necesidad de tener que quitar ni una prenda- cuando movía sus grandes ojos de pestañas tupidas de arriba hacía abajo mordiendo sus labios carnosos con denotación picarona.



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Alberto manejaba el español neutro casi a la perfección. Aunque su mirada -desde un profundo silencio- era más que suficiente para transmitir todo lo que le pasaba por la cabeza y el corazón. Con Alberto bastaba el silencio para comprenderlo y sobraba el sonido para confundirlo todo. Aunque debo admitir que para una mujer cosmopolita como yo, acostumbrada a los ribetes endulzantes argentos de hombres superficialmente correctos a la hora del chamullo, la sinceridad transparente y abrupta de este minero era un tanto incómoda. Lo más gracioso de todo es que siempre pregoné la búsqueda incansable de la sinceridad, pero al momento de recibirla la incomodidad no hizo más que invadirme dejándome en estado de shock. Se declaró. Recuerdo que no supe como afrontar semejante muestra de coraje, solo corrí forzosamente la mirada desviándola mientras las palabras tiritaban en mis labios sin poder terminar de salir. Me perdí, no supe actuar, me sentí indefensa y solo me quedó el camino del silencio y las sonrisas tímidas como únicas respuestas posibles. Claramente me creía más viva de lo que realmente era. Fue vergonzoso darme cuenta de lo pelotuda que puedo llegar a ser cuando alguien dice lo que de verdad piensa sin la necesidad de vueltas innecesarias que todo lo confunden. Sin un juego de histeria previo o nada en absoluto que pueda desviar el acto, o proceso, de su objetivo. El pendejo 1, yo 0 y por K.O.

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Alberto se acercó a mí sin titubear, extendió su mano para estrechar la mía y con fuerza jaló de mi brazo para besar mis mejillas. Primero la derecha y posteriormente la izquierda, como se acostumbra hacer acá en Brasil. Luego de considerarse formalmente presentado, se sentó en el suelo justo frente a mí buscando comenzar una charla amistosa. Bastaron dos minutos que se hicieron horas, entre portugués y español o -mejor dicho- brasilero y argentino... Para terminar escribiendo para el otro conjugaciones de verbos y palabras de un idioma y otro sobre la arena con un palito. En el medio hubo también momentos de silencio absoluto con su mirada profunda clavándose en mis ojos que, tímidos, buscaban escapar hacia otro lado más seguro. Fue en uno de esos intervalos incómodos en el que el menino se puso de pie pidiéndome que por favor lo esperara unos segundos a que regresara de buscar algo en su carpa. Volvió con una hoja verde de palmera y un cuchillo de serrucho estilo Tramontina. Tomó asiento nuevamente frente a mí y empezó a tallar la hoja con la faca a una velocidad admirable. De una forma suave y cuidadosa comenzó a cortar deliberadamente la planta con sus manos virtuosas hasta terminar tallándola y doblándola logrando, como resultado final, una rosa perfecta enmarcada con un corazón.

"Para que nunca falte amor en su vida, este es mi presente" me dijo mientras sonreía y extendía su mano para dármela "Según me dicen sus ojos, ese es el único regalo que le hace falta. No necesita nada más. Ese es su viaje".  

Alberto fue una pieza clave en el rompecabezas que mi viaje representó. Un personaje, un ejemplo, un maestro, un gran amigo y una de las personas que, sin saberlo quizás, tocó mi corazón marcándolo para siempre. Por esto, y más, lo voy a recordar eternamente con ternura y le voy a estar agradecida de por vida.

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