En el capítulo "cosas que nunca pensé que iba a hacer en mi puta vida PARTE 1" hablo - entre otras cosas - de los encuentros escatológicos del tercer mundo de los que fui víctima durante mi primera semana de estadía en un camping brasilero, más precisamente en el estado de Ceará. Bien al norte de Brasil, bien en la loma del recontra culo, bah.
Empezando por la palabra "CAMPING". Creo que nadie que me haya conocido hasta hace dos meses podía asociarme siquiera cerca de esa idea. Con solo decirles lo anonada que quedé cuando descubrí que las mochilas para viajar se medían en litros, como la birra y que bajé del aeropuerto con unos anteojos importados (que me robaron) y mis botas divinas de animal print, leopardo más precisamente, les digo todo chicos. Increíblemente, aquella situación bizarra que, antes de emprender mi viaje, era filtro excluyente para eliminar pelotudos de mi vida, terminó siendo mi más temido karma y único destino. Siempre sostuve que para dejarme, un tipo solo tenía que proponerme irme de campamento o invitarme a alguna actividad recreativa que tenga como propuesta un alto porcentaje de "vida al aire libre".
- Primer día de *Camping* BAÑO TAPADO.
Por un sorete inmundo, ajeno, de un tercero, de un hijo de recontra puta que seguramente se comió una ballena o un conteiner de cangrejos acompañado con excesos de arroz y feijón (porque acá todo lo acompañan con eso, claro). Así estaba yo, frente a frente, con semejante sorongo, mirando a todos lados pensando que era víctima de una broma vil o alguna cámara oculta. Recuerdo que abrí la tapa del inodoro con un palito, con mis pies a unos 2 metros de distancia y mis brazos estirados a tope, mientras con la otra mano sostenía fuerte mi naríz, con el asombroso temor de morir asfixiada, ya que no quería respirar por la boca, temiendo tragar absolutamente todo ese aroma inmundo. Aromaterapia a la inversa. A todo esto, quiero destacar la frustración que sentí cuando tire incontables veces la cadena, la tirita que cuelga de la mochila del inodoro bah, mientras iba notando que el submarino atómico no se iba. El miedo que daba tener que esperar cinco minutos para que se llene de nuevo de agua y probar con la siguiente descarga y, sobre todo, el hecho de después salir y explicar, SIN HABLAR UNA PALABRA EN PORTUGUÉS, que ese sorete no era mío, a quien este esperando en la puerta del bañeiro para ingresar en él. Tenía que resolver. Estaba iracunda, nerviosa, avergonzada por si otros pensaban que semejante bestia había salido de mi esfinter y, por esa razón, retirarme de coger para siempre ya desde el primer día. Pensé en mi baño bonaerense, en quien carajo me había mandado acá, en mis viejos, en mis botas de leopardo, en mi glamour que se estaba diluyendo (y que era lo único que se diluía, porque el soretín, con cada descarga, se ponía de forma perpendicular y paralela y golpeaba simpáticamente contra el agujero del inodoro en forma de cruz. Estaba, se ve, tan duro, que era imposible que se ubicara de forma estratégica como para salir íntegramente de una por el agujero). Estuve 40 minutos en el baño. No pude resolver ese problema nunca. Los días siguientes pasó lo mismo. Aproximadamente una vez por día, Dios me encomendaba una misión suicida, algo que aprender de esta historia... Pasaron dos meses y todavía no encuentro una puta razón lógica de por qué me hizo pasar por semejante odisea.
- Almorzar y cenar usando una tapa de olla de aluminio inestable como plato.
Una especie de Samba gastronómico del parque de la costa. Misturando mi fastidio, enojo y torpeza, tirando comida insulsa por los costados con cada tenedorazo que daba, con las cagadas a pedos de mi hermano menor que me gritaba desde al lado que tenía que dejar de ser tan Susana Gimenez y curtirme en la vida del viajero.
Tomar agua de la canilla acá reemplaza el laxante. La guayaba te seca. La idea es encontrar el equilibrio justo entre las cantidades de guayaba y el agua del grifo, para no irte por el inodoro pero tampoco constiparte hasta que el intestino te toque la retina.
- El problema de la comunicación aprendiendo un idioma.
Lo primero que aprendí, después de las palabras básicas que necesitas para sobrevivir en un país que no es el tuyo ( Obrigado, perdão, Posso usar o banheiro, onde é happy hour, quanto custa a cerveja, etc) fue "Eu vou tomar banho", eso significa que voy a bañarme. No solamente lo decía una y otra vez al estilo GPS quemándole la cabeza a cada persona que se me cruzaba, si no que también, en mi afán por quedar bien con cada persona que se me cruzaba, sentía la obligación de ir a bañarme cada vez que lo decía más de dos veces seguidas. O sea que, en Brasil, la primera semana me bañe alrededor de 75 veces por día si contamos las veces que hablaba de más y las que iba de cuerpo (como diría mi abuela paterna QEPD al acto de defecar) ante la falta de bidé.
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