Según Wikipedia, el Estado de Maranhão es una de las 27 unidades federales de Brasil. Está localizado al oeste de la Región Nordeste de Brasil. Tiene como límites: el océano Atlántico al norte, el Estado de Piauí al este, el Estado de Tocantins al sur y sureste y el Estado de Pará al oeste. Ocupa una superficie de 331.935,5 km² y su población es de 6.714.314 hab. La capital es São Luís.
Ahora voy con "el lugar según yo": Sao Luis es bellísimo. veredas ultra estrechas en su grosor, con calles adoquinadas. Todas dispuestas en subidas y bajadas. Edificios no tan altos, mitad hechos recontra culo por el paso del tiempo y la ausencia gubernamental para su conservación, misturados con algunas otras edificaciones que siguen la misma estructura pero un poco mejor cuidadas. Esa mezcla bruta, ese contraste drástico, es lo que le da al lugar una belleza exótica que asombra dejando las retinas abiertas e impactadas ante su rusticidad que la hace única. Yo me doy cuenta de cuanto me sorprende un lugar, cuando me ataca la desesperación por sacar la cámara de fotos y sacar y sacar interminablemente fotografías y, a la vez, sentir que no me da la amplitud de la lente o la cantidad de imágenes para poder perpetuar, lo más definidamente posible, lo que estoy viendo con mis ojos. Esto me pasó en Sao Luis.
En cuanto al clima, estás cerca del Ecuador, bastante cerca, así que el calor es insoportable desde muy temprano y hasta muy tarde. Esto trae como consecuencia que haya más población de cucarachas y felinos achanchados que de personas y además te cae la gota gorda a toda hora dejándote más pelotudo de lo que solías ser en tu vida normal en otro país de clima humanamente soportable o, por lo menos, no tan extremo. Salir a hacer algo - cualquier cosa - a la calle antes de las 17.00 hs de la tarde es, meramente, una auto-instigación al suicidio. Incluso los mandados requeridos para subsistir: Comer, tomar agua, fumar puchos, etc. que, irónicamente, son los más complejos de lograr porque se ve que el concepto de "kiosco" acá en el nordeste no existe, en Sao Luis incluso menos que en otros lugares e, incoherentemente, el término "mercado pequeño o mercadinho" tampoco es muy familiar en estas zonas. Para pilotearla, tenés la ferinha del centro histórico, donde te arrancan un ojo de la cara si querés comprar tres de las cuatro cosas que ofrecen, o algunos puestos en la calle que no están siempre y suelen vender cosas específicas como tapiocas, agua de coco, artesanías, comida vieja, birra y agua embotellada a precios exhorbitantes, cosas fritas (salgados y pasteis / croquetas y pasteles de masa fritos) y azúcar mojada con café - porque lo que toman acá no puede ser jamás un café endulzado, es lo contrario: Azúcar mojada con un halo de cafeína líquida - Si no, no te queda otra que caminarte las bajadas y subidas abajo del sol, cual vela derretida, para llegar al mercado popular o darle con ahínco y valentía un poco más y llegar al supermercado Matheus, que es como un Carrefour gigante. Ahí es donde están los mejores precios, la variedad interminable de productos acomodados en góndolas prolijas bajo un maravilloso aire acondicionado. En todo ese oasis lleno de variedad de productos, cosas y marcas, no encontrás un puto paquete de yerba ni por asomo. Esa es la razón principal por la cual me hice adicta al café, porque hace casi un mes que no puedo disfrutar un rico mate. La vida a veces es una mierda, chicos.
A diferencia de los demás lugares de Brasil que visité, Sao Luis me hizo encontrarme de frente con la realidad cosmopolita de un país con una cultura que creí hasta el momento bastante parecida pero experimenté que resultó ser muy diferente. Esa diferencia fue acentuándose más y más con el paso de los días hasta convencerme de que, por más que seamos semejantes, no somos tan parecidos como pensaba. Todo en las ciudades se nota más. Lo bueno y lo no tan bueno. Todo es más chocante y a gran escala. Cuando uno vive en lugares aislados, pueblos chicos y paradisíacos como yo venía haciendo, la cosa no es tan notoria. Es claramente diferente, obvio, pero representa una leve brisa comparada con el huracán urbano. Cuando entrás a un lugar de estas dimensiones, la vida te da un cachetazo bajándote de un soplo de la nube de pedos por la que venís transitando "nena, la vida no son vacaciones, acá estas sola y tenés que rebuscártelas".
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El día que con Vanessa llegamos a esta ciudad, nos sentimos un poco perdidas. Eran las 5.30 hs de la mañana y la rudoviaria (terminal) ya estaba apestada de gente. Era muy grande, en comparación a las otras que habíamos pisado, sucia y llena de taxistas buscando pasajeros y colectivos de diferente color con carteles luminosos de nombres de lugares totalmente desconocidos. Nos sentamos a tomar un café antes de salir a la selva en un localcito sucio, pero abierto, y diminuto de la terminal. A pesar de haber aprendido a los ponchazos en estos meses un portuñol básico que me permitía comunicarme con los brasileros, caí en la cuenta de que la señora que atendía la cafetería no lograba comprenderme con exactitud y que el problema era recíproco. Además de no saber bien para dónde ir, nos encontramos con la impronta de una nueva giria (jerga / lunfardo). Cada región, estado o whatever tiene una giria distinta, a veces no es trascendente, otras es diametralmente distinta, tanto que entre brasileros no logran entenderse bien. No teníamos la más puta idea de como llegar a destino, básicamente porque nos dimos cuenta de que no teníamos un destino concreto, si no que el destino en sí teníamos que generarlo nosotras. Lo único que teníamos era el nombre de un bar, Bar Fla, que estaba en la esquina de una plaza de la cual no sabíamos el nombre y que, cerca de allí, había una posada en donde estaban hospedándose Murillo, Alejandro y Guille, tres amigos de ruta que conocimos en Jericoacoara. Ninguna de las dos tenía una dirección concreta o noción de la amplitud territorial que tenía la ciudad a la que habíamos llegado ni el nombre de una calle en la que terminar. Tuvimos suerte, nos bajamos en la Praça Deodoro y preguntamos una y mil veces hasta que dimos, después de caminar un largo rato las subidas y bajadas con cuatro mochilas pesadísimas y el calor ahogándonos, con un taxista que supo exactamente dónde dejarnos. Alrededor de las 7.30 am encontramos la Pousada donde estaban los pibes, un oasis rosado en un desierto rodeado de paredes añejas, y algo parecido a la tranquilidad psicológica que uno siente cuando se reencuentra con la familia o una cara amigable dentro de un contexto desconocido. Así fue que después de un gran abrazo fuerte de reencuentro, dejamos las cosas en un lugar seguro y salimos a patear la calle para conocer el lugar en el que íbamos a instalarnos por un tiempo en búsqueda de un hotel con wi-fi para laburar, hospedarnos y esperar al resto de la galera que estaba en viaje.
Los administradores son dos hermanos, Adalberto - el menor - y Marcelo. Boa gente. Una vez cerrado el negocio, después de un tire y afloje de aranceles con los administradores del hotel que se terminaron copando, fuimos a buscar las cosas a la otra pousada y nos instalamos en nuestra nueva casita provisoria. Todas las personas que nos hablaron, que conocimos y con las cuales compartimos tiempo, hicieron un especial hincapié en la inseguridad de la city. Nos aconsejaron no salir solas, sobre todo después de las 18.00 hs, por las afueras de un radio limitado al centro histórico y, de querer aventurarnos fuera de ese predio casi diminuto, que por favor lo hiciéramos acompañadas de una o más figuras masculinas que conozcan el lugar. Entre algunas de las tantas precauciones que debíamos tomar estaban incluídas: Cuidar rigurosamente los aparatos electrónicos en la calle, no cambiar moneda fuera de los bancos o casas de cambio, ya que corríamos el riesgo de ser asaltadas posteriormente, no visitar las playas alejadas los días de semana para no ser víctimas de robos y no meternos al agua de la costanera para no contraer enfermedades cutáneas debido a la alta contaminación.
La alegría de haber encontrado amigos en una ciudad imponente y desconocida |
Praça Deodoro |
Estábamos muy emocionadas, nos habían hablado mucho de esta ciudad. Nos vendieron que era la Jamaica brasilera, la cuna del reggae en Brasil y que íbamos a estar de fiesta every day todas las noches. Lo que se olvidaron de decirnos es que todo eso se da en las fiestas de San Joan, en JUNIO y que fuera de temporada el centro histórico era la mismísima muerte hasta el fin de semana, a excepción de los domingos donde toda la ciudad moría para volver a renacer los lunes. PEQUEÑO GRAN DETALLE.
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NUEVA GALERA. LA FAMILIA DEL HOTEL REVIVER. Centro histórico de Sao Luis.
El calor aumentaba, las subidas y bajadas constantes me hacían sentir que ya tenía el orto en la nuca. No se si preguntando se llega a Roma, lo que si sé es que solo así pudimos llegar a pie al centro histórico. Las personas te indican la dirección con las manos y te hablan en metros o medidas de tiempo. Acá nadie dice "cuadras". Eso torna todo un poco más confuso, pero al fin de cuentas se llega. Así fue que conocimos la pousada donde nos alojamos, el Hotel Reviver. Una casona antiquísima ubicada en una subida de la rúa Nazare, en pleno centro histórico. Las habitaciones son excesivamente amplias, con pisos de madera oscura de antaño, techos altísimos y poseen ventanales enormes que dan a la calle invitándote a vislumbrar la belleza de las calles desde un balcón antiguo, casi oxidado por completo, pero de una belleza inexplicable.
Rúa Nazare 2000 - Centro histórico de Sao Luis de Maranhao, Brasil. |
El balcón del medio, de forma levemente redondeada, es el de nuestra habitación. |
Mapa centro histórico / radio seguro de movimiento exhaustivamente seleccionado para nosotras por las personas locales. |
Además de la hermosura escondida y poco convencional de las instalaciones de Reviver, la posada incluía un valor agregado: Un hogar bien constituido por personas increíbles de diferentes partes del país que nos dieron una bienvenida maravillosa adoptándonos como dos miembros más de su familia.
La particularidad que tenían, era que muy pocos se llamaban por su nombre, todos estaban apodados con el nombre de la ciudad del que eran nativos. Abajo de todo, al costado de los hornos, vivía el minero, un corintiano muy amable de Minas Gerais. El dueño de todo lo relativo a lo culinario. La totalidad de los utensillos gastronómicos eran suyos y él los dejaba a disposición de quien quisiera utilizarlos bajo la condición de que, al finalizar, todo quede limpio y en su lugar.
El minero |
Al principio Adalberto parecía medio tímido, solo arreglaba con nosotros los temas relacionados a la estadía y los pagos. Después fue tomando confianza y descubrí en él una persona divertida y muy amigable. Toma el café excesivamente dulce y nunca duda en hacernos los favores que le pedimos. Nos lava las toallas, las sábanas, me convida puchos y me pide café - sobre todo cuando no hay gas - Te adopta como familia cuando ve que sos una persona de buen corazón y te chusmea todo lo que va pasando con la gente que mora en la posada.
En cuanto a Raimundo, cuentan las malas lenguas que se gastó 40 lucas real en meninas y cerveja. un tipo amigable, divertido, corintiano fanático, negador oficial del uso de camiçinha (condón) y apostador compulsivo de todo. Una vez bajé a la cocina a buscar café a la tarde y, como no había, Raimundo me saturó de birras Bohemia bien heladas. Alrededor de cinco o seis porrones de la cerveza más fría y escarchada del mundo, no tenía idea de como preparar café "A cerveja é mais fácil".
Adalberto y Raimundo. |
Junior, el Paolista. |
A veces la belleza no es superficial. Hay que aprender a mirar más allá. Cada persona, cada lugar, cada objeto y situación puede cambiar tu percepción en un segundo, tu cabeza, tus paradigmas y tu forma de pensar. En Sao Luis aprendí más de mí misma, del amor, de lo importante de la soledad de a ratos, que el verdadero brillo de todo solo está escondido para ser encontrado en el momento preciso y que el mejor plan, simplemente, es no tener planes.
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