martes, 10 de noviembre de 2015

Las colillas de los puchos de Siske. Hippismo extremo.


Este es otro capítulo de "COSAS QUE NUNCA PENSÉ QUE IBA A HACER EN MI PUTA VIDA". Hoy toca hablar de los puchos, esos tubos cancerígenos que no logro dejar (tampoco intento) y que me comen la vida, los pulmones y el bolsillo de una manera garrafal.

Hollywood - jolibudi acá - Una de las marcas alternativas que manejan los brasileros.

En tiempos de extrema sequía económica, con crisis financiera, a días de cobrar y siendo particularmente argentina promedio en el extranjero, las cosas - con adicción al tabaco de por medio- pueden ponerse un poco difíciles. El primer paso es cambiar de marca. La frase "Solamente fumo Marlboro Box" -y haciendo total hincapié en el "box", porque común no fumaba ni en pedo- quedó enterrada en el olvido. Como tantas otras de mis frases citadinas en este viaje. Para ser un poco más gráfica: Es como si hubiera tenido que escribir muchos de mis dichos de nena caprichosa en un papelito, para enrollarlo despacito y metérmelo bien en el orto. 

Un paquete de puchos en el centro histórico de Sao Luis oscila entre los R$ 6,50 y R$13 dependiendo del día y la hora del mismo. La duración del paquete de puchos sin embargo, también esta sujeta a varios factores: La ansiedad del momento, si estoy a dieta o no y la cantidad de hippies o moradores de la posada que se enteren de que compré cigarros. En un buen día solo convido alrededor de cinco puchos. En un mal día se me va un atado entero en un abrir y cerrar de ojos.

En fin. Estos últimos días estuve en economía de guerra, ahorrando a más no poder y, como en todas las demás cosas en las que controlé exhaustivamente los precios -comida, bebida, etc- los puchos no fueron la excepción. La necesidad despierta los sentidos, sobre todo la vista (en mi caso). No tardé mucho en darme cuenta de que Vanessa (Siske, de ahora en adelante) últimamente fuma sus cigarrillos a la mitad y debido a circunstancias totalmente desconocidas, tomó por costumbre salir a fumar al balcón dejando las colillas afuera, arriba de una parecita. Lo que más me sorprendió, sin embargo, fue mi reacción, ya que en lugar de pedirle amorosamente que en lugar de acumularlas las tire en la basura o en el cenicero, al toque vi un negocio en esa compulsión nueva que ella tiene: Por cada diez colillas vanessísticas, hay cinco puchos enteros para fumar. Así que chicos, eso hice, sí, me fumé los restos de cigarrillos de mi amiga para calmar mi ansiedad, apagar el fuego de mi adicción eterna sin pagar ni tener que moverme de la habitación y, de paso, ahorrar reciclando. En esto me convirtió este viaje muchachos.

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