"Un mate gustoso se hace así" O por lo menos eso dice -en sus indicaciones de preparación al costado- el paquete de erva-mate que conseguí en Sao Luis después de un mes de vivir acá y de haber llorado todos los días por no haber podido tomar mate llegando a protagonizar situaciones extremas propias de un tango como secar una yerba usada al sol para rehusarla. Lo más irónico de todo es que siempre hubo yerba, incluso en el mismo supermercado al que fui incontables veces para ahorrar chirolas, pero yo nunca la vi.
El equipo de mate improvisado que pude armar en cuotas después de tres meses de salir de Argentina. |
El paquete tiene una combinación de colores nefasta con la imagen de unos gauchos en el frente. Se llama chimarrão dos pampas aunque, sinceramente, debería llevar un nombre como "terrible poronga" o "esto es solo un compendio de polvo con algunos palitos". Me salió carísima, alrededor de R$12. Todo porque los brasileros no consumen estas cosas y saben fehacientemente que solo los extranjeros compramos productos como este, así que deciden deliberadamente rompernos el culo con el precio.
* * * *
Desde que salí de Argentina hasta hoy, puedo afirmar que no tuve suerte a la hora de tomar mate. Primero mis cervicales la parieron, ya que no tuve mejor idea que, por las dudas, traerme 3Kg. de yerba argentina en la mochila para aseverar que soy una mina preparada en todo momento. La yerba para mí es más importante que los tampones, con eso les digo todo. Mi ansiedad, por lo general, deviene en angustia oral y, para no fumarme 25 cigarrillos por segundo, lo que hago es apalear mi adicción con otra que creo menos dañina, es decir: Abusar de la mateína para no matarme con los puchos.
Cuando llegué a Brasil, me di cuenta que no había traído mi equipo básico de supervivencia, el de mate, claro. Tenía un arsenal de yerba pero absolutamente nada contundente con qué tomarla. Puteé bastante pero no me hice mucho problema pensando de una forma demasiado ilusa que podría comprarme todo el kit nuevo y continuar con mi vida normalmente sin asesinar a nadie. Me equivoqué. No conseguí una puta bombilla -acá ni saben lo que es- o un mate que no tenga el tamaño de un flete por ningún lado. Con un portugués horrible, solo me quedaba la opción de jugar al dígalo con mímica en cada mercado, mercadito, súpermercado, almacén, bar o whatever que entrara. Ahí empezó la desesperación que, posteriormente, mutó a la mendicidad. Al comienzo tuve que depender de la circunstancia meramente azarosa de cruzarme con algún argento o uruguayo que quiera convidarme un mate y cuando eso pasaba SIEMPRE eran amargos. Yo tomo el mate más dulce y horrible del mundo. Para prepararlo no sacudo la yerba, meto todo a lo bruto en el poronguín, le clavo la bombilla en seco y después lo lavo al toque con agua hirviendo colapsada de edulcorante. Es la única forma en que puedo pasar tan preciada bebida. El mate amargo me produce síntomas de gastritis y además siento que me cagó casi paralelamente al primer sorbo de manera instantánea.
* * * *
Lo bueno de todo esto, es decir, de no haber tenido mis cosas... Fue que en la búsqueda de las mismas, en el camino para obtenerlas, gané mucho más que artículos. Estas son algunas de las lecciones que me dio la vida gracias a la incoherente falta de mi termo, mi mate y mi bombilla.
NO REDUCIR UNA CULTURA A UN PAÍS:
CAMILA, LA BRASILERA MATERA.
En el camping conocí una chica que se llama Camila. Artesana, brasilera y viajante nómade. Una piba muy bonita y simpática que había adoptado un gatito al que nombró María. Increíblemente ella había probado mates un viaje a Méjico y, como le gustó, se compró allí mismo su kit matero. Me pareció muy bizarro y desafortunado que se pueda conseguir todo tan fácil en Méjico y no en Brasil que es un país vecino, pero me vino de diez que ella se haya armado mejor que yo. Camila me dejaba bastante seguido su termo, su mate y su bombilla para que pudiera calmar mi sed argenta a punto de estallar. Todo con la justa condición de que cada vez que prepare, si ella estaba, sería copado avisarle para sumarla a la ronda. Si bien ella era de las que tomaban sólo mate amargo, nunca tuvo problema en que yo adosara sustancias endulzantes a su mate, tomaba el mate dulce conmigo y siempre me tuvo en cuenta: Si salía y no llevaba sus cosas, me avisaba que las dejaba al lado de la carpa para que yo dispusiera de ellas sin problema. Así estuve gracias a Camila, tomando algunos mates en momentos de gran abstinencia hasta que se fue y comencé a buscar alguna otra solución provisoria.
NO PREJUZGAR:
LUCAS, EL ARGENTINO EN APARENTE CORTOCIRCUITO.
Lucas era un tipo raro. Solo salía del camping para hacer windsurf. Siempre estaba callado, aislado en su carpa y pidiendo cosas a los demás, sobre todo a nosotros. Al principio estaba todo bien pero a la cuarta cosa que me mangueó en dos días ya lo miré para el orto y empecé con mis chistes ácidos haciendo referencia a sus formas tan distintas de manejarse a las mías. Eso dio como resultado que todas sus peticiones se reduzcan finalmente a una sola: Yerba. Claramente yo tenía de sobra, así que no me molestó cederle algunas raciones pero, siguiendo la lógica de Camila, ahora la que pondría condiciones sería yo. El trueque era simple: Lucas tenía su yerba y el me convidaba de sus mates que, a diferencia de los anteriores, llevaban azúcar cuando la ronda llegaba a mi turno. El tipo era práctico, lo único que poseía era una bombilla, así que el mate lo armaba con ella + un culo de botella de agua minera de 500 ml cortada + el agua caliente que traía en un jarrito del camping recién sacado del fuego.
Me acuerdo que, a pesar de compartir mates y monólogos con Lucas -porque el chabón PRÁCTICAMENTE NO HABLABA y sus contestaciones venían con un delay de aproximadamente un minuto y medio- el tipo no me terminaba de cerrar. Veía que siempre se acercaba cuando le convenía, cuando me veía con la caja de puchos y que nunca ponía dinero o galletitas haciéndome sentir que sacaba ventaja de dónde podía sin dar nada a cambio. Me enojé y en lugar de hablarlo con él directamente, por ese antiguo problema que tenía de no decir las cosas, lo trataba de forma cortante y lo esquivaba. Con el paso del tiempo y una charla profunda con mi hermano menor cambié de técnica. Juan Manuel me enseñó muchas cosas en este viaje y el "como tratar a la gente conociéndome a mí misma primero y el por qué me afectan ciertas cosas" el "lo que generás recibís" o el "nunca te canses de dar" fueron algunas de ellas. Yo, súper motivada por mi little brother tomé otra postura con respecto a Lucas y se notó. Los resultados fueron extraordinarios en ambas partes.
Un día vi que mi nuevo amigo estaba hablando en tandas con algunos grupos de personas mientras les enseñaba algunos objetos. Me acerqué y le pregunté que onda. "Ahora si definitivamente me quedé sin un peso, estoy vendiendo todas mis cosas para poder volverme a Argentina" me dijo. Se me rompió el corazón. Le ofrecí que busquemos una forma de hacer dinero, pero según él era tarde. Le pregunté por qué no había dicho nada antes, no me supo responder, solo me contó que él manejaba un presupuesto fijo diario muy acotado y que ya no tenía como financiar sus días en Brasil. Así que puso una fecha concreta para irse, se despidió la noche anterior de todos y por la mañana se marchó, pero dejó una sorpresa específicamente para mí, en mi caja de cosas de la cocina para que nadie se haga de ella. El tipo con el que había tenido problemas y enojos de nena caprichosa porque no me ofrecía nunca nada cuando siempre me estaba pidiendo galletitas, puchos, yerba, agua fría y probaba mi comida cada vez que podía... Me dejó la única cosa que él tenía, que no vendió y que yo no iba a poder conseguir en todo mi viaje (al norte) de Brasil. Su bombilla.
COMPARTÍ. NO TE APEGUES A LAS COSAS PORQUE ESO SON... COSAS.
NACHO Y NOE: LA PAREJITA DE "CORDOBECES"
Nacho y Noe eran una parejita de argentinos que vendieron todo lo que tenían para subirse a una aventura inolvidable. Él cordobés, ella de San Juan y mal llamada cordobesa por todos nosotros. Dos genios. Se pagaban el viaje con un emprendimiento de fotografía al que denominaron Fiebre Ideas. Siempre estaban juntos y laburando, casi ni salían por las noches, pero eran más que amigables y compartían almuerzos siempre con nosotros.
Me acuerdo que al principio de mi estadía en Jericoacoara -recién adentrándome en este estilo de vida comunitaria que me trajo fastidios fruto de una enorme incomprensión y, a veces más a veces menos, en líneas generales haberlo tenido siempre todo servido- todavía no comprendía bien la movida de tener que compartir absolutamente todo lo que "era mío" y que me había costado dinero (que no me sobraba) conseguir.
Un día decidimos comprar entre tres una botella de vodka, unas limas, una bolsa de hielo, vasos de vidrio y azúcar para darnos el gusto de tomar unas caipiroskas caseras. El hecho de que muchos quieran tomar y se hagan los boludos con la guita ya me transformó la cara, incluso antes de que el hecho pase. Así que me prometí ponerme firme y decir "no" cuando alguien viniera a pedirnos. Tomamos las caipis y sobró más de un cuarto de botella de vodka que decidí reservar para el otro día, para no tener que invertir nuevamente en lo más caro, que es el alcohol. Guardé, entonces, celosamente la botella en la carpa para que nadie pudiera tocarla y ahí quedó. Alrededor de las 6 de la mañana y por tercer día consecutivo escuché ruidos afuera. Pero a diferencia de madrugadas anteriores, esta vez fueron patentes: Alguien estaba llorando. Me desperté, abrí la puerta de la carpa, me asomé a ver si podía dilucidar quien era y la vi a Noe con su tienda abierta, sentada mirando para afuera, rompiendo en llanto desesperado y agarrando su mejilla con la mano. Fui hasta donde estaba y le pregunté que le pasaba, si la podía ayudar en algo que por favor cuente conmigo. Me miró con unos ojitos tristes terribles. Me machucó el corazón. "No puedo más del dolor de muela, no hay nada que me pase el dolor" Al lado, firme, estaba Nacho. Con cara de no haber dormido en toda la noche, fumándose un pucho y compartiendo el dolor de su mujer. "¿Probaste con Whisky?" le dije. Me contestó que sí, que eso era lo único que le había pasado el dolor pero que su petaca ya no tenía más. Ni lo dudé. Le dije que tenía mucho vodka para ofrecerle, que se lo tome y pruebe. Le regalé la botella y ella comenzó a tomar con desesperación y un halo de esperanza. Fue una solución provisoria y humilde, pero era todo lo que tenía para ofrecerles. Creo que nunca di algo a alguien con tanta firmeza y convicción en mi vida.
Días después y como hecho totalmente aislado de aquella madrugada, el universo hizo que los cordobeses se dieran cuenta de que tenían un mate que no usaban. "Che colorada tomá" Me lo dieron y me dijeron que me lo quede.
* * * *
Ya tenía la abstinencia de mate salvada gracias a Camila, la bombilla gracias Lucas y el mate de los cordo. Así que solo me restaba el termo, el que pude comprar gracias a un cliente que mi hermano me cedió para que pudiera ganar unos mangos extra cuando Dolce Piquena estaba en temporada baja y que conservé para poder viajar sin tener que preocuparme por pegar otro laburo urgente en un país ajeno al mío. Y con esto terminé de completar, después de un mes, mi kit matero provisorio. Un kit desparejo que intrínsecamente esconde recuerdos con gente maravillosa que pasó por mi vida y que, sin saberlo, terminaron dándome una lección inolvidable. El equipo matero más barato y más valorado del mundo gracias a lo que incluye: Amor, solidaridad, hermandad y mucho aprendizaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario