viernes, 11 de diciembre de 2015

Morro da Piroca. Mi hermano como apoyo incondicional

My brother <3
A diferencia mía, mi hermano y Siske gustan mucho de caminar, trepar, colgarse de las piedras, acariciar tarántulas, etc etc. Yo, muy por el contrario, soy una especie de ameba contemplativa -amo la naturaleza y todo lo que ella propone pero más que nada para observarlo, escribir y relajarme. Y no tanto la parte de experimentarla todo el tiempo a través de la practicidad como hacen ellos, digamos- Eso puede traducirse en una sola cosa: Sacarme a mí a hacer una caminata extensa por la selva es una tarea extremadamente difícil, imposible diría. Para lograr que yo haga algo así tienen que recurrir a la mentira u omisión, al mágico recurso de trocar distancias o no serme del todo claros con el objetivo planteado. Con la trilha del Morro da Piroca, en Alter do Chao, pasó eso. Ellos decidieron llevarme a hacerla, me plantearon una pequeña caminata por la playa para ver la puesta del sol, no me dejaron pensar siquiera y me arrastraron. Cuando quise darme cuenta de lo que estaba pasando, yo ya estaba atrás de ellos moviendo los pies en el agua como una pelotuda, cruzando el río haciendo quilombo para que no me pique una raya asesina de las que hay acá. 

Ilusa yo, iba caminando por las playas de arena blanca con la cámara en mano, alucinada con los paisajes, las personas, las construcciones y fotografiando absolutamente todo lo que mis ojos podían capturar. Siempre atrás, siempre. Ya que tiendo a ser más lenta que el resto y me cuelgo con cada forrada que pasa a mi alrededor cual chino turista.

Prueba contundente de lo mencionado anteriormente



La caminata se estaba extendiendo un poco, fruncí el ceño. Estaba a punto de largar mi primera queja cuando vi que relativamente cerca se podía dilucidar el mato selvático. Ese que indica el fin de la playa y el comienzo de la flora selvática. Me relajé. Una vez que pisé un poco de pasto pensé -mal- que sería momento de encontrar un buen lugar para tirar un pareo para sentarnos a contemplar la puesta del sol. Me equivoqué. 


Fin de la playa, comienzo del mato

"Dale hermana, un poquito más"
Fue la frase que resonó una y mil veces cada 20 minutos en casi tres horas de caminata. Entramos por el mato y le dimos hasta lo que parecía el final -supongo, ya que estaba marcado por un camino más pedregoso que iba en subida- Yo estaba en ojotas y de verdad pensé que estos hijos de puta no iban a ser tan crueles de hacerme subir por ahí. Pero evidentemente sí. Estos hijos de puta siempre tuvieron la idea de subir el morro, nunca me fueron específicos con eso porque sabían fehacientemente que si lo hacían, la morsa (yo) no habría accedido siquiera a bajar a la playa en grupo. Todo fue "alegría" hasta que tuve que empezar a trepar... Como una de mis características más sobresalientes siempre fue mi extrema torpeza, mi hermano menor muy inteligentemente lo primero que hizo fue ubicarse detrás mío, haciendo de apoyo humano y una especie de guardavidas fraternal, por si algún momento se me daba por caerme y bajar rodando el camino de vuelta. A medida que iba pisando en falso, por detrás salía la voz de mi hermano "Gise, tenés que subir así y bajar agachada, en cuclillas casi, porque si llegás a patinarte o caerte, de ese modo te duele menos". Yo me sentía Rambo, o alguno de esos personajes intrascendentes que todo lo complican en películas selváticas como "Depredador". De hecho, por momentos, me sentía sumergida en alguno de los capítulos de Lost, ubicándome como la hermanita del chaboncito ese de ojos claros. La boluda que todos los que vimos la serie odiábamos desde el otro lado de la pantalla. Esa que mientras el grupo resolvía conflictos bizarros, tomaba sol en bikini al lado de una turbina tragapersonas a punto de desprenderse para matar a la totalidad de los presentes. Aunque debo admitir que metí algunos bocadillos importantes, eh. De hecho tiré postas y consejos prácticos que aprendí por Facebook y en Jurassic Park. Ojo.


Resumiendo... En un momento me quedé sin aire. Fruto de ser mayoritariamente sedentaria y fumadora. La pasé mal. Me asusté y me empaqué. Fui determinante y no quise seguir subiendo. El susto y el fastidio me ganaron, me bloquearon y me convertí en una máquina expendedora de quejas y enojos. Dije "basta! Sigan ustedes. Los encuentro acá cuando bajan. Estoy harta de que me mientan y me obliguen a hacer cosas que yo no quiero hacer, que no disfruto". Mi hermano, con todo el amor del mundo, fue el único que no se asustó con mis ladridos y se negó rotundamente a aceptar conforme mi decisión errada. Se clavó al lado mío tomándose todo su tiempo para, con tranquilidad, hacerme cambiar de parecer. Lo logró en poco tiempo, con una frase que dijo y me quedó grabada para siempre... 

"Gise, falta poco. Ni vos ni yo sabemos cuánto. Quizás la cima está ahí atrás de esas plantas y nunca lo vamos a saber porque abandonaste antes. Yo no te voy a dejar sola acá. Fijate cuántas veces en tu vida dejaste las cosas por la mitad y bajaste los brazos sin darte cuenta, quizás, que estabas ahí nomás de lograrlo. No lo vas a saber nunca hasta que lo modifiques. Hace algo distinto esta vez. Dale, seguí. Un esfuercito más hermana"

Fue tal cual. En cinco minutos más llegamos a destino. No voy a dejar de agradecerle nunca a Juan esas palabras que me motivaron a ir por más. Desde la cima podíamos contemplar un compendio inconmensurable de belleza única. El sol que se escondía, los lagos a lo lejos parecían tener una quietud fotográfica inexplicable, las tonalidades de verde, el pequeño pueblo a lo lejos despegando toda su estructura sobre la arena blanca. El panorama solo me transmitía paz. El hecho de haber llegado, a pesar de la falta de aire, del susto y del empaque, me dieron una libertad que nunca había sentido antes. Una libertad desprendida de un sentimiento de realización indescriptible. Una experiencia hermosa de la que pude ser parte a través de mi galera. De Vane, de mi hermano que jamás me soltó la mano y me empujó a dar lo mejor de mí. Jamás podría haberlo logrado sin el amor incondicional de Juanma que tuvo, en ese momento, la paciencia y las palabras justas. Increíblemente descubrí, de forma accidental, algo nuevo que disfrutaba, que me gustaba mucho más que algunas otras cosas que estaba segura que amaba. Algo más para agregar a mi lista incompleta de respuestas a "Gisela, y a vos qué te gusta?"

Pôr do sol desde la cima del Morro de la Piroca - Alter do Chao, Pará.


La alegría de haberlo conseguido. La galera de mi viaje. Siske y mi hermano

El resultado. Realización devenida en profunda libertad

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