Cuando pensé que ya había superado parte de mis traumas escatológicos y que había conseguido madurar, haciendo realidad el más profundo anhelo utópico de mis progenitores... La vida me puso a prueba nuevamente de forma sorpresiva y contundente. Antes de salir del camping a dar una vuelta por mi nuevo barrio paradisíaco, me dirigí al baño de mujeres casi corriendo. Tenía la urgencia número uno y, después de los 30 años, la incontinencia urinaria parece haber comenzado su ciclo en mi persona. Abrí la puerta con las patitas temblando, casi bailando salsa, no podía más de las ganas de hacer pis. Levanté la tapa del inodoro y ahí lo vi... El yellow submarine de los Beatles a punto de viajar a los lugares más inhóspitos de las canñerías de Brasil. Casi tímido, estaba alojado en el hueco que separa el agüita sanitaria del resto del mecanismo. A punto de irse, solo le faltaba un empujoncito. El problema era que si yo jalaba la cadena, después tendría que esperar alrededor de 2 minutos más a que se llene la mochila del baño, ahí encerrada mirando las paredes. Pero como no era que flotaba libre cual paloma blanca sentada en el verde limón, si no que más bien estaba atrapado en el medio del trayecto del ciclo inodorístico, no me preocupé demasiado. "Está a punto de irse" pensé. Eso, acompañado de los movimientos espásticos de los cuales estaba siendo víctima debido a la presión exagerada de mi vejiga a punto de explotar sobre mi bajo vientre, hicieron que llegara a una decisión extrema: Si, me senté a hacer pichín sobre un sorete ajeno a punto de irse. Era matar dos pájaros de un tiro. Así fue que hice pis, me sentí tan aliviada que por un momento me olvidé de la cochina determinación que había tomado debido a la urgencia. Ya habiendo terminado me sentí orgullosa de mí misma, toda una mochilera, "Gisela estoy orgullosa de vos, measte sobre el sorete de otro liberándote del doloroso estigma fraternal que te aqueja bajo el apodo de Susana Gimenez" me dije.
Así que vanagoriándome de mí misma jalé muy contenta de la soguita que cuelga de la mochila del retrete y, de verdad, fue muy frustrante ver como la misma quedó colgando, balancéandose simpática, sobre mi mano derecha. El agua jamás salió. Había pis, papel y un sorongo carnívoro (por lo duro que aparentaba, supongo) de un tercero llenando el cuenco que me dirigiría de forma directa a la mismísima muerte psicológica digna en el momento en que tuviera que pedir ayuda. No podía pensar en nada, solo observaba la puta soga colgando de mi brazo cayendo de coté sobre mi puño cerrado. Colapsé mi sistema nervioso dentro del escusado comunitario de un camping amazónico, sin saber como actuar, sin tener un plan B que acudiera a mí para liberarme nuevamente de un castigo que parece ponerme a prueba una y otra vez. No tenía otra solución viable que vaya más allá de tener que huir despavorida haciéndome la repelotuda y dejando que el siguiente boludo resuelva el problema, como se ve que hicieron vilmente conmigo. Abrí la puerta nerviosa y muy perseguida rogando que no haya moros en la costa, ni brasileros en la zona -o ningún tipo de ser humano de cualquier raza, religión o color- Pero la vida me castiga una y otra vez, ya que fue asomar la nariz y encontrarme de frente, a unos dos metros de distancia, a Patricia la dueña del camping barriendo. "Estoy regaladísima" pensé. Así que con toda la vergüenza del mundo, pero haciéndome la superada, disimuladamente bajé la tapa del inodoro y tímidamente con un volumen de voz bajísimo le comenté como al pasar "Pato, no anda la cadena". En respuesta ella me GRITÓ desde una distancia considerable para que todo el que estuviera alrededor escuche "Gise girá la perilla que está en la ducha para que cargue el agua y esperá un ratito a que se cargue" -tragué saliva mil veces en un segundo- "No Pato, agua hay, el problema es que la soguita está suelta" (mientras hacía un gesto bizarro con el brazo, de arriba hacia abajo con el puño cerrado, como haciéndo sonar una bocina de locomotora antigua). Ella se tomó un minuto para pensar mientras yo solo quería que la tierra me trague -y en lo posible al sorete también- mientras yo la miraba expectante esperando una solución mágica que no requiera de la presencia de NADIE dentro del baño. Y cuando vi que giró la cabeza haciendo una mueca para emitir sonido, sentí como lo único que podía irse por los caños bajo ese contexto se diluía: Mi dignidad. Patricia comenzó a gritarle en portugués a Adam, su marido, que estaba ubicado estratégicamente en la otra punta del predio, justo al lado del redario donde están TODOS los huéspedes alojados "Adam, podés fijarte qué pasa en el baño? Gisela no puede tirar la cadena! me dice que no funciona. Podes ir y mirar?". Y así fue como lo que me quedaba de glamour se iba cayendo a pedazos cual jackspot ganador de una máquina tragamonedas del casino paralelamente a cada paso que el chabón daba hacía donde yo estaba. Podía sentir en mi cabeza como cada moneda de feminidad se estrellaba contra el piso de manera abrupta PIM PIM PIM PIM PIM PIM PIM! Se me llenó el culo de preguntas. "Cómo le explico a este tipo en otro idioma que ese sorete no es mío?" (otra vez), "Si le llego a hablar de esto, si le quiero explicar que eso no es mío es peor!" y así sucesivamente hasta que el flaco entró ubicándose al lado mío. En lo único que podía pensar era en "que no levante la tapa, que no levante la tapa, que no levante la tapa".
Gracias al cielo y todos los santos del mundo, el flaco se paró sobre el inodoro SIN ABRIRLO y jaló el flotante desde la parte superior del tanque. Creo que todo se fue embora aunque no lo sé con certeza, en el momento en que sentí el primer sonido de la gloria toilettera, yo ya estaba a 20 mil metros del baño, pegada a la puerta de salida para irme for ever. Lo que transpiré no tiene nombre.
Con esto comprendí que todavía se ve que no puedo superar los temas, literalmente, de mierda.
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