viernes, 15 de enero de 2016

Tercera carona: De Mato Grosso a Río de Janeiro


Hooked on a feeling de Blue Swede sonaba incesante y repetitivamente de fondo, a través del pequeño televisor -incrustado en la cabina del camión- reproduciendo el menú de “Guardianes de la Galaxia” una y otra vez, una y otra vez, musicalizando de manera armoniosa un trayecto donde abundaban, principalmente, palmeras y un compendio de matos verdes mullidos e impertinentes invadiendo ambos laterales de una ruta asombrosa, casi de película, que se nos presentaba en altos y bajos, ascensos y descensos constantes. El sol salía de tanto en tanto dándole luz a un día lluvioso y mayoritariamente grisáceo que amenazaba, a través de tormentas intermitentes, con demorar la llegada a casa.



* * * * 

Horas antes estábamos con mi hermano en un puesto de gasolina rutero de Mato Grosso do sul, sentados en un banquito de madera, frente a las fosas, esperando conseguir una nueva carona que nos acerque algunos kilómetros más a Argentina. Graciano, un minero -de Minas Gerais- que laburaba allí, nos había hecho la promesa de brindarnos toda la ayuda que sea necesaria para lograr nuestro objetivo. Solo restaba esperar a que la magia suceda, no podíamos hacer más que eso y, por supuesto, ir a charlar con cada camionero que iba parando ya cargado a punto de salir a la ruta.
Tuvimos suerte. No esperamos mucho tiempo ni hablamos con tantos conductores cuando Wesley llegó con su familia al puesto. Llevaba una carga de carne en la caja climatizada trasera y a sus dos hijos, Peterson de ocho y Weshley de doce, en la cabina. La realidad es que estaba lleno. Era el turno de Juan Manuel para ir a hablar -yo había conseguido un aventón al día siguiente, pero ambos estábamos seguros de que podíamos lograr algo mejor y más directo esa misma tarde- mi hermano se paró  y cuando vio el exceso de ocupantes en el camión se echó para atrás "esta con la familia" me dijo. Pero Graciano no se conformó y no tuvo ningún reparo en preguntarle de todas formas si podía alcanzar a esos dos hermanos argentinos, boa gente, a alguna parte del sur de Brasil. Wesley nos miró, nos saludó e instantáneamente miró nuestro equipaje. "Eso no entra, hay problema de que se moje?" Con mi hermano, casi cronometrádamente lanzamos al unísono un "NO" rotundo. "Bueno, vamos a acomodar sus mochilas" y allí Graciano entró al lubricentro para buscarnos unas bolsas plásticas de tamaño industrial que nos permitan proteger nuestras cosas. Nos abrazó con alegría y una cara de sorpresa contundente. Creo que ni él mismo podía creer lo que habíamos logrado. El destino final era Rio de Janeiro, pero había una parada previa muy conveniente en Campo Grande, donde nosotros podíamos descender y buscar desde allí la forma de seguir viaje. Así fue que embolsamos todo y Wesley, con la mejor de las ondas y toda la predisposición del mundo, sacó y puso cosas reacomodando todo para hacer entrar nuestras pertenencias. Dio cierto una vez más. Después de que el conductor tomara un baño y cenara, salimos a la carretera de nuevo. 

La cabina del camión de Wesley era una mistura bizarra entre una juguetería y un dormitorio infantil. No había asientos, solo el principal. Todo era un colchón gigante con almohadas, golosinas, un perro de peluche a escala media, chucherías, tuppers, baldecitos playeros, packs de chocolatadas en cajita, una pequeña tele con DVD y un tender con ropa diminuta y toallitas de mano colgando para secarse casi llegando al techo del vehículo.


"Ponganse cómodos, si tienen sueño pueden acostarse para dormir. Si necesitan ir al baño o parar por cualquier motivo me avisan y paramos". Y eso fue casi lo único que logré entenderle a Wesley, ya que él no emitía una sola palabra en español y su portugués era ranchero y cerradísimo. Hablaba como Brad Pit en "Snatch", pero en brasilero. Nos presentamos con los chiquilines y, mientras su papá manejaba sin parar o dormir o absolutamente nada, nosotros nos divertíamos enseñàndoles español, dibujando, charlando y mirando películas. 
A la mañana siguiente yo fui la primera en despertarse. Wesley me saludó y me dijo que en un ratito estaríamos todos desayunando. Yo supuse que iba a parar en alguna estación de servicio o lanchonete rutero, pero no. El tipo nos llevó a su casa que quedaba de paso. Así fue que conocimos a su esposa, Nelia, que nos hizo unos tostados increíbles y un café con leche casero tratandonos como invitados de lujo. También estaban dos más de sus ocho hijos. Camila y Keyla, la bebé de la casa, que se sumó a la cabina el resto del viaje con nosotros, también para acompañar a su papá hasta Rio. 



Dos días estuvimos viajando con Wesley y su familia. Fue un viaje atípico y mágico. Muy entretenido. El momento de la despedida fue emotivo. Keyla se puso su pequeña mochila rosa y violeta y afirmó de forma muy segura que ella venía con nosotros. Después de un gran abrazo y los tres millones de agradecimientos, nos despedimos de quien nos supo cuidar como dos integrantes más de su manada y partimos para definir como continuar nuestra vuelta a Buenos Aires.

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