sábado, 16 de enero de 2016

Segunda Carona. De Jamanxim a Santa Helena.


Después de la "carona explosiva" que nos sacó de la zona de conflicto en la Transamazónica, caímos en un pueblo llamado Jamanxim, sobre la ruta. En el medio del barro, abajo de la llovizna intermitente había un vagabundo nativo, un doidinho limado que llevaba dos palos -como los de Donatello, la tortuga ninja- uno por cada mano. Con ellos amenazaba con batir al que se le cruzaba por delante. El tipo le gritaba a toda persona, automóvil, camión, animal u objeto contundente que pasara cerca de él. Como siempre, perro que ladra no muerde. Solo escuchamos un par de amenazas y nos estallamos un rato. Entramos a un restaurante enorme y vacío que cobraba carísimo, pero era el único que había y teníamos mucha hambre. Almorzamos alrededor de las 16.00 hs y estábamos dispuestos a darnos un baño allí mismo -cobraban R$4.00 por el servicio- o en el puesto de gasolina de la esquina. El problema principal fue que se cortó el agua en toda la zona justo en el momento en que nosotros la pisamos y esa situación llevó directamente al problema secundario: Cómo carajo íbamos a lograr que alguien nos levante llenos de barro, transpiración e impresentables como estábamos. No nos quedaba más opción que ponernos a hacer dedo en el medio del fango y, nuevamente, esperar que la magia suceda. Así fue que Juan Manuel paró un camión que, convenientemente, iba hacía Cuiabá, al sur de Mato Grosso. El hombre nos miró y, mientras se quería matar por haber detenido su vehículo, nosotros le quemábamos la cabeza para que nos lleve con él. La realidad es que no estaba muy convencido al principio pero nos subió igual. Yo me acomodé en el asiento trasero, acolchonado y enorme. Mi hermano se quedó como co-piloto y arrancó una charla. Nos presentamos y le pedimos disculpas por las condiciones vergonzosas en las que nos encontrábamos, le explicamos el problema que habíamos tenido en la ruta y de la travesía 4x4 que habíamos vivido hacía unos instantes. Vanderlei - Así es su nombre- sonrió "Ah! eran ustedes los del camión de gas??" y se rió con fuerza. "Yo los ví, estaba varado al principio de la fila cuando pasaron!" A partir de ese momento su apertura fue notoria. Otra vez la casualidad nos benefició y ganamos un nuevo amigo.
Pasadas varias horas de viaje y conversación, cayó la noche. Vanderlei paró en un puesto para cenar. "Bueno, ahora a darse un buen baño y a comer algo. Conozco este lugar y los baños siempre estan limpios" dijo. Nos tomamos una ducha que fue una bendición. Cuando llegué al comedor del lugar lo ví a Vanderlei sirviendo su plato, me hizo una seña para invitarme a hacer lo mismo. Juan ya estaba adentro. Le pregunté a mi hermano si aceptaban tarjeta de débito -no teníamos efectivo, solo tarjeta y se nos estaba complicando mucho poder vivir con eso, puesto que en casi ningún lado podíamos pagar de esa forma- me dijo que si. Me relajé y entré. Me senté en la mesa y nuestro anfitrión había comprado una Coca Cola grande para nosotros "Coman bien eh, que vienen durmiendo muy mal y alimentándose peor, yo voy a invitar su cena. Ustedes están muy lejos de casa" fueron sus palabras. Me emocionó tanto la bondad de ese hombre! Pero le comenté que no teníamos inconvenientes ahora que nos aceptaban el débito como forma de pago, que no se hiciera problema, que si alguien allí tenía que pagar la cena éramos nosotros, puesto que él ya nos estaba haciendo el enorme favor de llevarnos. No hubo caso. El cartão no pasó por problemas de internet del lugar y él insistía con la mejor de las sonrisas para abonar la totalidad de la cuenta.

Subimos nuevamente al camión, pero ahora limpios y más relajados. Seguimos viaje. Juan Manuel quedó atrás y yo en el asiento del co-piloto. Resalto las ubicaciones porque desde que mi hermano apoyó el culo en ese colchón mullido, cerró los ojos y se durmió la vida. Llegó un momento en que la capacidad del pibe para conciliar el sueño paso a ser único tema de conversación y el eje principal de bromas y risas. Más a la madrugada Vanderlei paró en otro lugar, ahora para dormir. Yo estaba preprando mi red para salir a colgarla, cuando me miró desconcertado y me preguntó que estaba haciendo. Le comenté mi plan y, mitad sorprendido y mitad ofendido, me dijo "de ninguna manera, ustedes tienen que dormir bien, tuvieron unas noches muy malas. Ustedes usan mi cama, yo me tiro la red acá al costado, nadie duerme fuera del camión" costó convencerme pero terminamos haciendo eso mismo. La realidad es que yo quería que él durmiera bien, el tipo venía manejando hacía muchas horas y quedaban otras tantas horas más por delante. Su gentileza me abrumó, su gran corazón me cautivó y, cuando ví que su decisión era inamovible, acepté su propuesta. 

La mañana siguiente arrancó bien temprano, salimos a la estrada y después desayunaríamos en otro puesto que a él le gustaba más, según dijo.  La ruta era surrealista, imponente y demasiado hermosa. Tanto que no me permitía cerrar los ojos siquiera para no perderme un segundo de tanta belleza. Quería mirar cada cm de tierra, árboles y verde, para guardarlo en mi memoria por siempre y no perderme ni un detalle. Nunca fui una mina exageradamente "naturista", pero posta que quedé anonadada. Otra vez estaba recorriendo un camino que parecía el paisaje de una película de fantasía filmada en algún lugar de ensueño.


Era momento de desayunar. Vanderlei nos dió una sorpresa desviándose un poquito del camino. Un tiempito antes nos había preguntado si nos gustaban las cachoeiras (cascadas) y, claramente, la respuesta fue afirmativa y en stereo. Así fue que conocimos, entonces, las Cachoeiras do Curuá. Un lugar bellísimo y muy escondido. El nos dijo que nos tomáramos nuestro tiempo mientras se conectaba a wifi, que vayamos a explorar el lugar y que, cuando estuvieramos listos, nos encontrábamos en la confitería. Mi hermano bajó por el agua por las piedras, me extendió la mano y me invitó a seguirlo. Eso hice. Terminamos en el pico de una piedra comiendo juntos una naranja cortada en barquitos que traíamos de Santarém mientras mirábamos y escuchábamos el agua caer. Ese fue un típico momento de esos en los que, en silencio, pensas "¿Qué más puedo pedirle a la vida?", mientras te sentís la persona más afortunada del mundo y, a su vez, no podés creer todo lo que te esta pasando.

Las imágenes las bajé de internet porque mi cámara quedó en algún lugar del Monte Roraima en Venezuela. En la piedra que se ve en la foto derecha, la más grande, fue donde desayunamos contemplando el paisaje.

Ya llegando a destino, Vanderlei nos dio la noticia de que nos iba a llevar un tramo más. Su jefe le había preguntado si podía hacer otro viaje y para ello tenía que cargar el camión nuevamente, pero pasando Cuiabá -que era el primer destino- y él aceptó. Creo que lo hizo también para hacernos un favor más a nosotros. Mientras combinaba su nuevo recorrido y yo seguía contemplando por la ventana todo lo que la naturaleza ofrecía, los tres íbamos llegando a Mato Grosso do sul y él no paraba de hacer llamadas a sus colegas por el celular para intentar conseguirnos una próxima carona que nos acerque más a Argentina. "es para unos amigos que estan volviendo a Buenos Aires" decía al finalizar la consulta con cada una de las personas con las que hablaba. 

La despedida con Vanderlei fue emotiva. No fue una carona más. Cuando la vida te cruza con personas así, de un corazón tan inmenso, es muy difícil poder despedirte como si nada. Lo apodamos "tío", le dimos un abrazo gigante y bajamos en el puesto en donde pegamos nuestro próximo viaje, el de Wesley y su familia. Fue Vanderlei quien nos presentó a Graciano, el minero que nos dio una mano gigante para concretar nuestra próxima carona. Nos quedamos sentados en un banquito de madera frente a las fosas y vimos partir al tío que nos dejó la promesa de que volvería a ver si seguíamos allí para la noche. Creo que se alegró mucho cuando notó, al volver, que el banco estaba vacío. Ya que eso solo podía significar una cosa: Que sus amigos habían logrado conseguir la ayuda de otro conductor que los acercara, por fin, un poco más a casa.

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