martes, 8 de diciembre de 2015

Murillo y Ale: Mi primer desapego

 
El desapego es algo común cuando estas en un viaje como el que yo elegí hacer. Todos pronuncian esta palabra de forma asidua, casi constante. El viajero debe aprender a desapegar todo. Empezando con objetos o cosas que ya no van a ser utilizadas, con el fin de liberar peso de las mochilas; pasando por paradigmas fuertemente arraigados que comienzan a desmoronarse para darle lugar a estructuras nuevas; Olvidar y encajonar historias pasadas de tu vida citadina también sigue la acción de desapegar y por útimo, y lo más complicado, el desapego de las personas que pasan a ser parte de un recambio humano infinito paralelo a los kilómetros recorridos. En este último caso el desapego no significa desecharlas, no. En este último caso lo que hay que aprender es a soltar... A dejar ir. Se hace muy difícil este último punto ya que a la distancia, mochileando, las personas que vas conociendo pasan a ser tu mundo, encierran tu todo y muchas veces te hacen sentir parte de algo más grande. Aristóteles decía "el hombre es por naturaleza gregario" y yo creo que no hay ningún tipo de error en esta frase, es absolutamente cierto según mi experiencia personal. Los seres humanos instintivamente armamos grupos, comunidades, galeras. Nos es imposible vivir de otra forma, no concuerda con nuestra naturaleza vital. Necesitamos en cierto punto formar parte de algo que nos defina, que nos de una identidad de individualidad dentro de otras individualidades, para poder también en base a esas diferencias, definir qué clase de personas somos. 


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Particularmente en mi caso, mirar caras amigables todas las mañanas me hace ver que no estoy sola, que puedo continuar tranquila sin miedo a nada y que todo se puede, pero como contraprestación de tanto bienestar después viene la parte "mala", el hecho de saber con certeza que un alto porcentaje de dichas personas no van a quedarse conmigo para siempre, que su paso por mi vida fue intenso, que dejó una enseñanza imborrable y que, así como nada dura eternamente, su compañía tampoco. Solo son relaciones interpersonales pasajeras que van ocupando lugares que jamás van a ser ocupados por alguien más. Por eso supongo que dicen que los viajes te "cambian", que te hacen mejor persona, porque bajo este contexto sentimental tan fluctuante es importante cultivar el alma, crecer de espíritu y ampliar considerablemente la magnitud del corazón. Porque de otra manera no habría lugar para alojar tantos recuerdos maravillosos y tanta gente hermosa que llegó a tu mundo, en algún momento, para cambiarlo para siempre.

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Cuando llegué a Brasil, me instalé en Jericoacoara durante dos meses. En ese lapso temporal muchas personas entraron y salieron de mi vida de forma constante. Un recambio intenso al que no le busqué ningún tipo de explicación lógica, simplemente para no bordear la locura. Ahora solo voy a nombrar a dos: Murillo y Alejandro. Porque fueron ellos con quienes aprendí de manera práctica lo que era dejar ir a un amigo sin la certeza de que volvería a cruzarlo alguna vez más en el camino de mi vida. Esto no quiere decir que los demás, los que vinieron después, sean menos importantes. Solo que  -de la misma forma que Kennedy y Giovanni pasaron por mi vida para derribar un paradigma social importante- considero que la función de Murillo y Ale en mi vida fue, entre otras cosas, enseñarme a pasar la dulce tristeza de decir "adiós, a gente se ve" sellando todo lo vivido con un gran abrazo fraternal.

La primera semana en el camping Natureza lo conocí a Alejandro. Un músico de 30 años. De nacionalidad brasilera pero criado por muchos años en Argentina. Eso es lo que le da esa picardía argenta que detecté de manera inmediata. Según charlamos una vez entre birras, Ale pasó por la experiencia de ser parte de una familia muy adinerada que lo perdió todo cuando la empresa familiar se vino abajo. Según creo yo, en esta coyuntura vivencial límite, las personas acostumbradas a tenerlo todo y forzosamente perderlo de la noche a la mañana solo recurren a dos tipos de acción diametralmente opuestas: Entrar en una profunda depresión, con altos porcentajes de pegarse un tiro en la cabeza fruto de ese letargo doloroso, o agarrar la mochila y salir a vivir el mundo empezando de cero. Esto último hizo Ale. Con su viola a cuestas salió a tocar en bares, plazas y bondis para ganarse su sustento, su comida y la oportunidad de explorar otro país con la melodía de su música. 
Entre mates y puchos fuimos construyendo un acercamiento que desembocó posteriormente en una linda amistad.

Alejandro

Murillo es el compañero de viaje de Ale. Brasilero, un paolista de 25 pirulos que siempre tiene un abrazo y una sonrisa para quien lo conozca. Este pibe es un sol, un verdadero sol. Siempre contento, con una cachaça en el bolsillo y toda la voluntad del mundo para aprender cosas nuevas que puedan servirle para hacer unos mangos. La frase "murilera" de Jericoacoara para mi fue "báñense hippies"
Al principio no hablaba mucho con él porque yo no entendía un carajo lo que decía en portugués y a él hablar español durante mucho tiempo le daba dolor de cabeza. Así que empezamos de a poco y de forma progresiva. El se comunicaba conmigo con lo básico, de manera lenta y repetitiva y yo bajaba un poco mi ansiedad y, con un estilo marcado muy GPS, buscaba hacerle comprender lo que intentaba decirle. Con el paso de los días todo fluyó un poco más y así fuimos cada uno conociendo la verdadera personalidad del otro. La barrera idiomática ya no era un problema excluyente. La alegría interminable de Murillo me cautivó. Es de esas gentes con las que otras gentes disfrutamos estar. Tanto él como Ale me hacían sentir segura cuando me los cruzaba en las rúas. Esa seguridad construida a partir de una tranquilidad que solo una puede sentir cuando esta con los suyos, con sus amigos, con su galera. 

Murillo

Ellos dos, ambos, tocaban canciones brasileras muy movidas y era imposible no prenderte en la joda. A veces, con otros de los pibes y Alberto al pandeiro, copaban la plaça principal de Jericoacoara y las personas que caminaban por allí cerca no podían más que acercarse para disfrutar de tanta alegría hecha música. Se armaban rondas. Alejandro aprovechaba para pedir una colaboración para la birra. Todo el camping estaba ahí. Bailando, cantando, haciendo un lindo quilombo al compás de sus instrumentos. Saudade.


El día de mi cumpleaños fue la fecha que pactaron para irse. Me quejé, por supuesto, así que terminaron yéndose el 9 de septiembre muy temprano. Cargaron las bicis con sus cosas y después de un gran abrazo y algunas fotos decidieron partir. Me acuerdo que me angustié mucho y ellos, con más meses de mochila encima, me aseguraron que íbamos a volvernos a ver. "A gente se ve" y se perdieron a la vuelta de la calle de arena. Lloré angustiada, fruto de un sentimiento inexplicable: El desapego, que había tocado las puertas de mi corazón por primera vez y se sentía horrible. Tengo que admitir que jamás creí ese asunto de que uno se vuelve a encontrar. Brasil es gigante, era imposible que eso pasara para mi cabeza estructurada, cerrada y de metodología mayoritariamente analítica. Pero el universo es sabio y solo hace falta creer para que las cosas pasen. A los chicos me los encontré SIEMPRE, en cada lado que fui estaban ellos dos, tocando su música, su cachaça, su alegría y un abrazo de esos duraderos para mí. Ayer tomamos unos mates en la plaça de Alter do Chao. En Sao Luis fueron birras y cachaça con jugo de sobrecito con los tambores umbanda de fondo y mulatas bailando con polleras de vuelo hasta el piso en el centro histórico. 

La vida es así. Simplemente hay que confiar un poco más en lo que el universo tiene guardado para nosotros. Creer y desear para que se haga realidad. No importan las distancias que haya que recorrer, no importa que tan grande sea la extensión de un lugar, si tiene que ser va a ser y si sale del corazón... "A gente se ve".



5 comentarios:

  1. Muy bueno. Cada día escribís mejor..

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  2. Genial, y aguanten los pibes es hermoso cruzarce con gente como ellos

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  3. Què bueno el encuentro con estos seres tan especiales . Como nada es casualidad , sino causalidad, han sido Maestros en este camino, de los dos lados . Ellos hacia tu persona, como vos con ellos.
    Seguramente vienen de otras vidas, han trabajado juntos, y hoy se encuentran para continuar alimentando su Alma.
    Muy cautivante la forma en que contàs lo vivida en este viaje , pero genial esto que contas que sirvieron cada situaciòn para valorar, para abrir la cabeza de inmenso caudal de herramientas que poseemos y ante la comodidad "de la vida que llevamos " permanecen ocultas. Què bueno encontrarnos con ellas, sacarlas a lucir, disfrutarlas y sentir que lo logramos !
    Gracias , hermosa Mujer, por por cruzarte e irradiar tanta Luz y frescura. Abrazos infinitos .
    Su

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