Belém do Pará es una ciudad enorme, llena de gente y geográficamente está bien al nordeste de Brasil. Para llegar tuvimos que hacer varios viajecitos en tren, bus y patear la ruta con las veinte mil mochilas buscando caronas (dedo) que nos economicen un poco la llegada a nuestro próximo destino. Salimos de Sao Luis de Maranhao bien temprano y nos tomamos el único tren que sale de allí hacia otras zonas del mismo estado. En principio nos dirigíamos a Açaílandia, para poder llegar desde allí a Carolina, donde nos habían comentado que había unas cascadas hermosas y que era un lindo lugar para pasar unos días y renovar pilas para seguir viaje a Belém. Bajamos en Açaílandia bien al pedo, porque nunca fuimos a Carolina, cambiamos la ruta después de un viaje un poco cansador y tuvimos que emprender otro nuevo. En cuanto al tren... En realidad esperábamos que sea un transporte rústico de vagones hechos recontra mierda, pero nos equivocamos y nos sorprendimos muchísimo cuando llegamos. Era un tren a todo culo, nuevo. Para abrir las puertas apretabas un botón, muy Matrix todo.
Trayecto Sao Luis - Açaílandia |
* * * *
Eso me recordó a mis 17 años, época de secundario allá por el barrio del bajo Belgrano, para asistir a clases me tomaba el tren desde la estación Rivadavia hasta la estación Belgrano, ahí en Barrancas. Me acuerdo que en quinto año cambiaron las máquinas. Los primeros trenes de la línea Mitre, que iban de Tigre a Retiro y viceversa. Que eran azul marino con blanco y seguían el mismo mecanismo tecnológico del botoncito, tenían aire acondicionado y plasmas que siempre proyectaban la misma cosa -boludeces. Creo que pasaron tres meses y el botón ya no funcaba, los plasmas los habían arrancado -igual que los asientos- y el aire acondicionado fue lo único que sobrevivió la batalla de algunos argentinos poco respetuosos con esas cosas que nos dan dignidad y nos pertenecen a todos.
* * * *
En el viaje, lisa y llanamente, me recagué de frío. El aire acondicionado estaba al palo y nosotros teníamos tres mochilas enormes con boludeces para Brasil. Remeritas, shorts, típica ropa de verano. Yo había desapegado las últimas prendas de invierno que me quedaban para hacer lugar y viajar más liviana, lo único que tenía era una camperita negra con capucha, no muy abrigada, que me regaló mi viejo. Nada más. A las dos horas de viaje, sentí la hipotermia que iba desde el centro de mi cuerpo hacia todo el resto. Ni el mate alcanzaba para palear tanto sufrimiento y, casi en coma inducido por agentes externos, se me activó el cerebro y fui en busca de mi bolsa de dormir. Así pasé el viaje, metida cual oruga encapullada adentro de mi cama portátil el tiempo que duró el trayecto, en el cual me dispuse a dormir como una morsa y comer galletitas de agua gran parte del tiempo.
![]() |
Prueba contundente de mi outfit en el viaje en tren |
Yendo a la confitería del tren, en busca de un café caliente con Siske, comenzamos la travesía interna por los vagones, apretando interminablemente los botones -que ya me estaban rompiendo las pelotas y me gastaban el dedo índice- hasta que caminando por uno de los más cercanos a la locomotora, pudimos ver a Ale y Murillo con su micro galera. Casualidad y alegría inmensa. Recuerden que ellos fueron mi primer desapego, en Jericoacoara, y que yo pensé que no los iba a ver nunca más cuando partieron, pero me los terminé encontrando en todo momento y en todo lugar a lo largo de mi viaje. Jolgorio, abrazos, charlas y un pucho cuando paró el tren en una de las estaciones más importantes (porque había 10 minutos de espera para que vuelva a salir). Después cada uno volvió a sus respectivos vagones a continuar durmiendo y roncando como rinocerontes -por lo menos en mi caso.
Después de diez horas de viaje llegamos a Açaílandia, casi anocheciendo y la estación quedaba en la loma del orto con respecto a la parte civilizada del lugar, así que tuvimos que tomar un bondi que nos alcance al centro. Nos dejó en la Rodoviaria (terminal) y ahí buscamos un hotel para pasar la noche. La estadía en este pueblo tendía a ser cara. No es que saliera un millón de reales, no, pero contextualmente se debe tener en cuenta que el lugar era horrible, cero turístico y que nosotros estábamos rateando a más no poder. Terminamos en la habitación 13 sin ventana de un hotel de mala muerte en frente de la terminal de ómnibus. Desde mi cama -la del medio- me enfrenté mano a mano con una cucaracha de tamaños exagerados mientras Vanessa y mi hermano pateaban la rúa viendo dónde podían comprar verduras para hacer la cena -que, posteriormente, terminó siendo un arroz primavera con poca "primavera" y gusto a azufre.
La idea principal era pegar una carona que nos ahorre el tema de pagar tanto transporte, pero nos quedamos dormidos y después nos colgamos tomando el desayuno tan suculento que proponía el hotel -Pan y café- así que se nos hizo un poco tarde para hacer dedo. Salimos de ahí a otra ciudad donde fuera más fácil contactar a un camionero copado que nos haga el favor de llevarnos a los tres hacia Belém. Terminamos en Dom Elizeu, en el medio de la ruta con un cartel mientras yo tocaba el pandeiro y tomaba mate sentada abajo de un poste y los locales se acercaban para mirarnos haciendo casi una rondita.
Resultado: Fracaso total. Después de horas de señalar "para allá" como pelotudos y que nadie nos pare, nos tomamos un bondi que salía de ahí a las 22.30 hs. Lo bueno de viajar de noche es que te ahorrás el costo del hospedaje y de paso te vas moviendo. Llegamos a Belém a las 5.30 am.
No hay comentarios:
Publicar un comentario